Texto por: Lucas Araya

Fotografías por: Claudio Escalona

El festival que reúne a leyendas del rock pesado más clásico y el metal insigne tuvo en su primera jornada presentaciones poderosas a punta de altos decibeles, destreza técnica y una entrega total en cada una de las bandas que desfilaron frente a las huestes metálicas en el Movistar Arena.

Pentagram: Encarnando el metal

La banda nacional fue la encargada de iniciar el fuego con su clásica combinación de poderío, volumen a tope y con Anton Reisenegger liderando el cuarteto mientras el público comenzaba a repletar el espacio y así celebrar los 40 años de la banda en un show de 30 minutos en el cual repasaron sus míticos riffs (“Evil incarnate” y   “Demoniac possession” como altos pilares)  y su trabajo más reciente, demostrando calidad y un presente totalmente activo y vigente.

Una comunión energética entre el grupo, su descarga brutal y quienes llegaron desde temprano para disfrutar de la primera parte del festival.

Opeth: Una clase magistral 

Un manto de diversos tonos y sonoridades. Eso es lo que la banda sueca desplegó desde el arranque de su conciso set con “§1”, muestra de su plenitud actual abriendo los fuegos el sonido de su más reciente placa The last will and testament. Desde un arrollador trueno de doble pedal, pasando por voces guturales que viajan a la velocidad de la luz hasta llegar al sonido del terciopelo, siempre con la riqueza técnica en las cuerdas y un teclado abrazando el hermoso caos hechos perfección en el aura de Opeth.

Un reencuentro con el público local con un presente vibrante y de llamas eternas sobre el escenario, incinerando el aire y las ondas sonoras con clásicos como “The leper affinity”, “In my time of need” y cerrando con la épica “Deliverance” (catorce minutos de extrema calidad). 

Una demostración exquisita de todos los mundos posibles en la esfera de Mikael Åkerfeldt y su tripulación de vuelo.

Simplemente hermoso y feroz.

Savatage: Salto en loop metálico

Una descarga directa de Heavy metal clásico. Así partió Savatage su show sobre el escenario, conectando con la audiencia del Movistar Arena desde el primer segundo con riffs y movimientos de guitarras filosas y la voz envolvente de Zack Stevens para viajar por los valles y cumbres del metal pesado con estampa norteamericana. Un portal a los años dorados que parecen nunca acabar a través de los parlantes de Savatage mientras “Dead winter dead”, Edge of thorns” y “Hall of the mountain king” sonaron punzantes y atronadores dejando la vara alta para el plato fuerte de la noche.

Judas Priest: Sus majestades metálicas

Los dioses del metal regresaron a Santiago, tal como lo prometieron la última vez que estuvieron acá, dejando en claro que son los amos totales del riff, las guitarras afiladas y temazos que van más allá de la categoría de clásicos.

Con un repertorio delicioso donde las gemas brillantes del pasado se combinan con joyas mordaces de sus más recientes álbumes generando un huracán sónico imparable de poder y volumen bestial. Así, desde el arranque con “Panic attack” seguido de “You’ve got another thing comin”, el demoledor sonido de las guitarras gemelas de Richie Faulkner y Andy Sneap siempre brillaron, llevando el espíritu de Judas Priest a lo más alto, guiando la nave infernal con el combo asolador de Ian Hill al bajo y del tremendo Scott Travis en la batería (el real y único Painkiller) de fondo, en los costados y por los aires, dejando el sitial de honor a Rob Halford en gran forma y tono, entregando una exhibición de calidad y de manejo sobre el escenario.

Con un público en llamas y extasiado, Judas Priest nos arrolló con pasión y estridencia y nos llevó de paseo por sus carreteras metálicas donde “Rapid fire”, “Breaking the law” y “Love bites” fueron un pasaje de ida al mejor de los universos del rock y guitarras incendiarias. 

Solo hubo puntos altos en un set donde “”Sinner”, “Turbo lover” e “Invincible shield” emanan desde el mismo río de metal para decantar en un final salvaje y hermoso con “Electric eye”, “Hell bent for leather” y “Living after midnight”. La máquina de ser feliz en pleno. Judas Priest tiene la clave y nos hicieron flotar en fascinación por casi dos horas. Alabados sean las majestades del metal pesado y el rock más duro y penetrante.

Sin duda, un concierto inolvidable y, tal vez, insuperable de los mejores. Punto.

The Priest will be back!

Acá los esperamos


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