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Texto y fotografías por: Lucas Araya
La banda que marcó una de las cumbres más altas del Indie argentino se reunió para conmemorar los 10 años del lanzamiento de su disco debut. Una noche con dos presentaciones marcando un regreso multiforme y colorido, un respiro y un abrazo gigante con melodías inolvidables y hermosos ruidos que unen el tiempo y el espacio. Aquí una crónica en primera persona de una jornada imborrable.
Sábado 28 de diciembre de 2024. A las 19:30 llego a la puerta. Hay tres personas esperando, sentadas en el suelo afuera del local. Suena la banda ahí dentro. Pasan las canciones, aumenta lo que dice la melodía. Gente entra, gente sale y vuelve a entrar. Trabajan ahí, me doy cuenta. Pregunto si el show ya empezó. No, están probando, me dicen. ¿Se puede entrar? No, me contestan. Entro de todos modos. Después me van a pedir mi ticket. Da igual. Veo unos minutos de la prueba de sonido, apoyado en la barra, bien al fondo. Una sonrisa se desliza en mis labios. No lo puedo creer, pero aquí estoy. Se acaba la prueba. Terminan de montar. Se ven nervios@s, ancios@s y felices. Después arman el puestito de merch. Poleras, CD’s, cassettes y posters. Un muchacho vende fanzines y poemas en la mesita de al lado. Qué buena remera, me dice. Sí, es mi banda favorita, le respondo. Muy vieja escuela. Bien, ahí. Remata. La banda se pone de acuerdo en los precios de sus cosas. Se ríen. No saben cuánto cobrar. Ponen números casi simbólicos. Imprimieron poquitos posters. El inconsciente dosmilero aparece. Se ríen más todavía. Siguen felices. Siento ternura y alegría. Aquí es donde debo estar. Lo sé.
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Mientras entra la gente, suena indie argentino en los parlantes y otras hierbas. Varias generaciones se mezclan. Gente de mi edad (43), gente que nació en los 90’s. Gente que vivió su niñez cuando Sué Mon Mont existía en gloria y majestad. Niñas y niños con sus pa/madres. Un aire familiar y celebratorio se respira. «Moneda de oro» es la previa exacta para que la banda salga a escena, celebrando una década de su primer disco. Formación estelar con Gustavo Monsalvo, Marcos Díaz y Tomás Corley y, esta vez, con Nina Suárez al frente, guitarra en mano y una voz emocionada que crece en potencia junto al calor de la banda.
Una a una van pasando las canciones en una secuencia ruidosa y hermosa desde en inicio de «A tu ritmo» a «Entre la multitud». Una estridencia que gana en riqueza sónica cada vez que Nina rasguea notas disonantes y se acopla a la delicadeza precisa de Gusti mientras el bajo y la bata mantienen el ritmo en una compenetración perfecta entre Marcos y Tomás, la tensión y la fuerza. Un carrusel que gira y gira. Es música valvular salida del alma. Un viaje al centro de la belleza de una banda nacida del amor por la creación. Esta noche celebramos un aniversario, pero también celebramos una vida, una que está presente, aunque viaje en otro plano de alguna forma paralela. Rosario Bléfari está aquí hoy, en las melodías, en sus letras, en las voces corales que saltan y en los ojos de una emocionada Nina Suárez. De fondo colores, figuras y letras. Al frente alegría y cánticos que van aumentando, como un dulce huracán que se eleva y vuelve a bajar para emerger entre acordes y acoples.
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La Tangente (Palermo, en calle Honduras) está repleta, de pared a pared. Hay espacio entre los cuerpos para moverse y bailar, para levantar la vista y disfrutar. “Es un honor estar aquí y poder cantar las canciones de Sué Mon Mont, una de mis bandas favoritas”, dice Nina. Se nota que lo disfruta. Respira y transpira el sonido de cada tema. Sus cuerdas vocales explotan o abrazan, sus ojos flotan y envuelven. Sus manos acarician o remecen en dosis iguales. Es su noche, su noche con la banda. Es la fiesta de Sué Mon Mont, es nuestro día también. Hay cariño y respeto. El show fluye, sigue, sin pausas.
Dentro de la dulzura hay espacio para sumergirse en la profundidades y las sombras con «Entrega». Un viaje azul y vaporoso que matiza con riqueza y tonos opacos hasta brillar en el estruendo y dejar la pista limpia para la siguiente estación con «Copiloto». De aquí en adelante la reunión está en pleno apogeo y ya no va a bajar más. Se siente en el oxígeno.
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Es un placer compartido y una emoción inmensa poder disfrutar de este momento. Lágrimas llegan. Son de felicidad, aunque sea algo express. Se siente tremenda, dure lo que dure. Los acordes y la estridencia de «Lejos», «Parque cerrado» y «La misma miel» marcan el camino hacia el clímax con «Las diferencias», llegando bien arriba con esa sentencia tan certera, doliente y sincera: «nunca fuimos amigos/ni lo vamos a ser». El abrazo final de l@s cuatro Sué Mon Mont derrite por un segundo el motivo de la última canción. Es el fin, aunque sabemos que no lo es.
Después de unos minutos de gritos y palmas, la banda vuelve y descarga canciones de su Epe de 2015, entregándonos el regalo final: una dupla de guitarras en disonancia escalonada y coherente entre lo multiforme de la base rítmica que crece como una maleza de piel y sudor. El calor crece desde el primer segundo de «No es conveniente» para abrasar el ambiente construyendo los andamios sonoros de «El puente» y llegar a la explosión de la estampida (sin lugar a la helada del invierno) y luego dibujar un final feliz con «Todo lo que quise». La belleza del ruido es su máxima esencia y expresión.
Una sesión imperfectamente precisa y preciosa. Vi el futuro. Vi el presente. Vi el pasado. En todos esos escenarios soy feliz pues vi a Sué Mon Mont. No me importan las imposiciones. Todo es como debe ser.
Ahora viene una segunda tocata. Será un espejo humeante y caluroso. Pero ese será mi recuerdo secreto e íntimo.
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