
El clásico local de la Plaza Ñuñoa fue el epicentro de una erupción sónica en la cual Colombina Parra fue la llama más ardiente al frente de un trío histórico. A punta de fuerza, pasión, lirismo contracultural y guitarras afiladas, la reina máxima del ruido abrazó a su público en una sesión llena de canciones inmortales coreadas con el alma de tod@s quiénes repletaron La Batuta en todos sus rincones.
Texto por Lucas Araya
Fotografías por Claudio Escalona
Acá una crónica de la noche los muertos
Un cielo nublado y con fantasmas de lluvia. Una larga fila impaciente. Autoría contenida afuera. Adentro el aire se siente electrificado mientras suenan Blondie, Ramones, The Clash y Los Prisioneros. Somos Sudamerican rockers esperando, cuerpos apretujados y corazones rojos ansiosos.
De pronto el volumen baja, el silencio se entrecorta por un segundo y explotamos en gritos cuando Colombina, Memo y Piere entran al escenario. El local repleto. Las luces parpadeando y los amplificadores rechinan al ritmo de la bata. Una máscara de Anabelle es la imagen visible que canta y escupe palabras de fuego entre la estridencia que rebota y encanta.

Una bola de barro caliente va armándose y subiendo por la colina con cada segundo que se acumula en este ataque eléctrico de amor. El soundtrack de nuestras vidas en nuestras caras. Solo sonrisas. Pasan canciones de Los Ex, Flores como gatos, Detrás del vidrio y Cuidado que grita. Todas cartas a un mundo oculto entre acoples e imágenes borrosas. Colombina guía el barco sobre un mar de cuerdas metálicas agudas. Mirarla a los ojos es rozar el placer del grito primario. Es tierra húmeda, arena tibia, hojas secas crujiendo. Es veranos ardientes e inviernos empanados. Es hoy. Es ahora.

Ella encara, reordena, irrumpe y resuelve. No hay guitarra. Da lo mismo. Solo su voz y la corbata de su tío son capaces de abrir el camino y atraer las voces, las palmas, las palabras, el éxtasis. ¿Cuántas veces quieres que te lo repita? Ella siempre inventa un nuevo juego y triunfa.
Ahora la arquitectura sonora cambia: batería, guitarra y voz/aullidos. Sí, sí, sí. El río de punk rock toma otra forma y sigue su cauce. Ella vio llover caos y salió sin paraguas a enfrentar el chaparrón. Lavar la ropa sucia con volumen y gritos y disfrutar de lo que parece no tener fin.

Una pausa expectante y el trío vuelve a destrozar la quietud e instalan un muro de hiedra estruendosa donde “Vida social” se enreda con “Síndrome Camboya”. Colombina cantando con una guitarra desafinada y con menos cuerdas. No importa. Son hermosos ruidos. Un filo agudo y La Batuta estallando, gritando de forma colectiva antes del rugido final con “Vendo diario”. El canto es lava gutural, un volcán que une vidas, muertes, fantasías, terror, ficciones y la realidad que estalla frente a nuestros ojos. Acá, allá, en cualquier parte.

El camarín es un horno punk. Se huele la entrega. Hay fotos, abrazos, palabras que se esfuman. El pasillo repleto. Ella sale. Se toma fotos. Recibe abrazos. Se ríe. Vive el momento. El mejor para la mejor.
Colombina reverbera. Siempre está ahí, cuidando el tesoro mejor guardado: su arte en cualquier forma. Esta vez fue una entrega de música eléctrica. Una sesión perfecta dentro del desorden vital. Mañana puede ser silencio, dibujos ocultos, cuentos de un mundo paralelo o sonidos para árboles. Solo el tiempo lo dirá.





















Qué buen comentario! Me dieron ganas de haber ido.