
Texto por Cristian Martínez
Fotografías por Hugo Hinojosa
Anoche, el Teatro Coliseo se convirtió en el escenario perfecto para recibir a una leyenda viva: Yngwie Malmsteen. El guitarrista sueco, pionero del metal neoclásico y figura venerada por generaciones de fanáticos, brilló en un show impecable ante un público profundamente emocionado, que celebró con entusiasmo cada una de sus melódicas notas. Con un repertorio que recorrió lo mejor de sus más de cuatro décadas de carrera, Malmsteen reafirmó su lugar en el Olimpo de los grandes guitarristas de la historia.
A medida que avanzaban los minutos, la fría noche de invierno en Santiago Centro se teñía de negro alrededor del Teatro Coliseo, donde los fanáticos se congregaban para hacer la previa de lo que prometía ser una velada legendaria.

Puntualmente a las 21:00 horas, las luces se apagaron sobre el escenario, desatando de inmediato los gritos de emoción entre los presentes. Un juego de luces cambiantes marcó el inicio de una noche que comenzó en lo más alto: donde muchos artistas reservan su “caballito de batalla” para el clímax del concierto, Yngwie Malmsteen, sin miedo al éxito, abriría con su tema más icónico, “Rising Force”.
Así, el show arrancó directamente en la cúspide. El tecladista asumió las voces del clásico, avivando el coro del público, acompañado por una banda que sabe respaldar con solidez el despliegue técnico y escénico del guitarrista, sin dejar de brillar con luz propia. Desde ese inicio explosivo, quedó claro que la noche estaría cargada de virtuosismo y una devoción absoluta a Malmsteen.

El setlist estuvo compuesto casi en su totalidad por sus canciones más populares, con algunas ausencias como “Heaven Tonight” o “Arpeggios from Hell”. Aun así, Yngwie ofreció una jornada extensa, con varias sorpresitas para su querido público incondicional.
Uno de esos momentos sería la interpretación del clásico “Smoke on the Water” de Deep Purple, un guiño a una de sus influencias. También sacó a relucir su faceta más clásica, con versiones de “Badinerie” de Johann Sebastian Bach y “Paganini’s 4th” y “Adagio”, de Niccolò Paganini. Ambos compositores fueron pilares en la formación musical del guitarrista y fundamentales en la construcción de su estilo neoclásico.

Los solos de guitarra no faltaron, ni tampoco las acrobacias. Porque además de ser un virtuoso, Yngwie Malmsteen es también un showman, capaz de tocar de las formas más variadas y exóticas sobre el escenario sin perder su precisión. Su técnica impecable y estilo único lo consolidan como uno de los mejores shredders del mundo.
Tras esa exhaustiva demostración de talento, llegó el momento de conmover al público con “You Don’t Remember, I’ll Never Forget”, dando paso a la melancolía, acompañada por los coros más sentidos de la noche, mientras las luces del escenario se apagaban lentamente al compás de la música que marcaba el final de la canción.

Pero el show aún no había terminado; faltaba el toque final para cerrar esta noche de invierno con broche de oro. Y qué mejor que guardar “Black Star” para ese momento, con sus riffs cargados de sentimiento, que emergen directamente de las cuerdas de la guitarra y son canalizados con la maestría de unos pocos prodigios. Eso es lo que convierte a Yngwie Malmsteen en la inspiración de muchos, y al mismo tiempo en la frustración de quienes intentan imitarlo pero que jamás podrán igualarlo. Ese lugar esta reservado para los dioses del Olimpo.
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