Texto por Franco Zurita

Fotografias por: Guillermo Salazar (DG Medios)

Anoche, uno de los grandes compositores y músicos del rock contemporáneo pisó por novena vez nuestro país, esta vez, para sumergirnos en la odisea estelar de “The Overview”, su más reciente trabajo. Y con el Movistar Arena convertido en una plataforma de lanzamiento hacia el infinito y la atmósfera cargada con el peso gravitacional del concepto que define esta nueva obra, cientos de fanáticos se apostaron desde temprano para una misión hacia los rincones más ocultos de la inmensidad del cosmos. Una misión  que se dividió en dos actos: El primero, al borde del horizonte de sucesos con la interpretación íntegra de su último trabajo para luego dar pie a un repaso absoluto de alguna de sus joyas musicales. 

Minutos después de lo pactado, con todo el público en su lugar (y ante una sugerencia de no utilizar dispositivos móviles durante el show), Steven Wilson nos invitó a orbitar alrededor de su propio universo interior desplegando en toda su extensión el fascinante viaje de “The Overview”. Cada pieza era un astro fundido en su propia gravedad emocional: atmósferas densas, percusiones que imitaban el latido del cosmos y cuerdas que parecían doblar el espacio-tiempo, Wilson dirigió esta travesía con la calma de quien ha navegado por el abismante espacio. Un conductor, un alquimista frente al vacío, midiendo cada silencio con precisión incalculable, como midiendo la distancia estelar entre dos cuerpos celestes. Las pantallas y proyecciones visuales desplegadas durante el show, reforzaron esa sensación de estar y mantenernos a la deriva del solitario espacio con figuras en expansión, planetas girando lentamente y con la humanidad, en palabras de Carl Sagan, reducida a un diminuto y pálido punto azul. 

Tras esa primera mitad de ritual cósmico, el segundo acto trajo consigo un reencuentro con la historia retornando a territorios que definieron el legado de Steven Wilson. “King Ghost” se elevó como un mantra sintético siendo la primera pieza en este recorrido seguida de “Home Invasion” quien rugió con una energía visceral haciendo temblar los cimientos del recinto. “Dislocated Day” y “Luminol” fueron otras de las piezas que reavivaron el espíritu indiscutiblemente progresivo que siempre ha orbitado su carrera y “Harmony Korine” junto a “Vermillioncore” llegaron como astros en combustión, repletos de melancolía y precisión, proyectando sombras de épocas pasadas que aún siguen vivas en el presente. Pero esto no terminó ahí.

Ante la devoción humana y tras abandonar brevemente el escenario, Wilson volvió para enviarnos devuelta al espacio, esta vez encapsulados en la gran “Voyage 34” de su banda madre Porcupine Tree abriendo un vórtice psicodélico que nos arrastró a todos hacia el espiral infinita. Volviendo a su soledad artística,“Ancestral” se desató como una tormenta eléctrica suspendida en el tiempo y para el final, llegóThe Raven That Refused to Sing”. Una plegaria, un canto sobre la muerte, la memoria y lo que aún queda cuando el sonido se extingue. Un cierre íntimo, cósmico y tan humano como infinito.

Cuando las luces se apagaron, lo único que quedó fue el silencio y un eco incesante de que algo aún seguía expandiéndose. Wilson nos ofreció una travesía espiritual y nos recordó que el verdadero viaje no está en las estrellas sino en la manera en que logramos apreciarlas. Un recordatorio de que, al mirar el universo, lo que realmente contemplamos es el reflejo de nosotros mismos.


Zumbido.cl

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