
Texto por Franco Zurita
Es 1995 y Chile respira transición. La ciudad crece hacia arriba y hacia adentro mientras los cerros observan silenciosamente el paisaje resucitado. En este contexto, aparece una fuerza que reconfiguraría para siempre la forma en que el país baila, canta y entiende su propia identidad sonora. Hablamos de “Toque” el tercer disco del gran Joe Vasconcellos.
Son treinta años de historia de uno de los discos más grandes de la música chilena, quien con un joven Joe, ya curtido de toda sabiduría tras su paso por Congreso, se adentra en un viaje de arena, mar, selva y toda esa mística que abraza su herencia latinoamericana, colores brasileños y la identidad urbana de un país que comenzaba a reencontrarse consigo mismo. Como un ritual en movimiento, “Toque” se despliega a través de percusiones y melodías que logran convocar, en un disco que habla con la piel, transpira carnaval y observa lo cotidiano como un paisaje sagrado. “Ciudad Traicionera” exhibe esa poesía callejera, cruda y contestataria mientras que “Huellas” nos hace vibrar adentrándonos a la raíz latinoamericana más profunda de manera conmovedora y con la fluidez de un río.

Lo notable de este disco, es que trascendió lo estrictamente musical para convertirse en un fenómeno de la cultura popular. Sus canciones sonaron en radios, teatros, fiestas, festivales, playas y plazas. Fue y es la banda sonora de veranos interminables, fogatas clandestinas y celebraciones familiares. Para soltar el cuerpo y contagiar alegrías. “Toque” fue un salvoconducto. Un permiso para soltarnos, trazar círculos con los pies e improvisar sonrisas. Cada compás celebra nuestra raíz. Con este trabajo, Joe Vasconcellos consolidó una identidad mestiza que abrazaba lo afro, lo latinoamericano y lo urbano, logrando comulgar todo en un verdadero carnaval.
En un país que todavía aprendía a hablar y moverse tras años de cárceles y torturas, este disco ofreció un nuevo lenguaje. Un lenguaje que legitimó la mezcla, que borró fronteras y que anticipó la explosión multicultural que hoy predomina en la escena nacional. Su impacto fue tal, que la integración orgánica de ritmos folclóricos, la narrativa poética de la cotidianidad o la fuerza emocional del tambor, fueron inspiración para generaciones posteriores y treinta años después, pareciera haber sido una maniobra más necesaria que arriesgada.

Quizás por eso “Toque” envejece como el buen vino chileno: con la complicidad de quienes lo vivieron y la fascinación de quienes lo descubren. Cada generación lo adopta porque en él habita algo esencial: la invitación a pertenecer. Cuando suenan canciones como “Sed de Gol” o “Solo por esta noche”, sentimos que la música no nos habla desde un gran escenario, sino desde la vereda de enfrente, en la cuneta más cercana.
Hoy, celebramos su aniversario número treinta no solo por nostalgia, sino por justicia histórica. Con la percusión como bandera y el baile como acto político y espiritual, “Toque” es, y seguirá siendo, un clásico transversal: de carretes universitarios a casamientos familiares, de los cerros hasta el mar. Y mientras alguien golpee tambores con las palmas, mientras exista la necesidad humana de mezclarse, celebrar y resistir, este fuego seguirá ardiendo, porque Joe Vasconcellos hizo más que un disco, encendió una fogata que tres décadas después, aún ilumina nuestro camino.





















0 Comments