Texto por Lucas Araya

Fotografías por: Camilo González

El guerrero incansable presentó su álbum homónimo, Angelo Pierattini (2025) en un repleto Nescafé de las Artes, en familia, compartiendo con su público fiel en una celebración de 30 años de carrera en una fecha que marca el inicio de una nueva etapa en su incombustible lucha. Un abrazo para quienes siempre han estado ahí y una bienvenida a los nuevos públicos que se han ido sumando a su viaje.

En medio del set, con su guitarra al hombro y voz entrecortada Ángelo confiesa “quedé hecho pico”. Así resume la emoción que lo invade en un show que condensa su historia como músico, compositor e intérprete con un recorrido por las diferentes estaciones de su extenso periplo musical en diversos formatos, sumando colores, tonalidades y sonoridades a esa impronta áspera y eléctrica con la que irrumpió a finales del siglo pasado en la escena local al frente de Weichafe para luego moverse con soltura y libertad en su constante búsqueda y exploración musical y artística.

En estricto rigor, la velada comenzó con un breve set acústico de Cristóbal Briceño, un amigo del dueño de casa para iniciar la fiesta. Luego de eso, el telón del teatro se abrió para que las llamas del fuego en los Andes hicieran arder el aire desde el comienzo de los acordes de ”Que simple vibra nuestro amor” iniciando una marcha sin pausas, donde Pierattini se pasea como olas en el litoral (“Ella y yo”), volando desde las montañas inmensa, pasando por el cielo con gaviotas flotando hasta llegar al mar inmenso de Jorge González (interpretando “Carita de gato”), un saludo a uno de sus héroes. Guiño que serán una constante durante el concierto, en sus pausas y en sentidas interpretaciones.

La interpretación de su disco homónimo de forma íntegra permite que Ángelo pueda subir por la sonoridad latinoamericana para coquetear con el bolero, la ranchera, la balada pop y el rock mestizo acompañado de cinco músicos (una banda propiamente tal donde el acordeón se amalgama con el teclado, la batería, el bajo y una guitarra que secunda las seis cuerdas del líder natural) más una gran voz que emerge desde las butacas, con una audiencia compenetrada y comprometida.

Un festejo especial como este tiene el condimento preciso con la presencia y acople de una cofradía de compadres donde Briceño, Pablo Ilabaca, Juanito Ayala y Los Vásquez acompañan la comparsa con sus voces, su presencia y el apoyo en largos abrazos sonoros y emotivos para llevar el calor más allá del cielo.

Muchos músicos sobre el escenario, una caravana de talento y energía marcan cada canción, cada minuto, pero es la interpretación de “Papi” el momento más alto, apasionante y conmovedor de la noche. Armado solo con su guitarra como lanza en la batalla interminable contra la melancolía, el dolor de la pérdida y la potencia de la ausencia. Es con música, recuerdos y lágrimas que Ángelo Pierattini abraza a lo lejos y trae a su ídolo máximo (su fallecido padre) a la sala. Todos aplaudimos, todos apoyamos, todos sentimos. Todos somos una cordillera humana vibrando al unísono.

Luego del repaso completo del disco celebrado en vivo, la cortina carmesí nos deja en presencia de un repertorio en formato trío “de cantina”, donde las canciones y letras de sus referentes llegan a esta cita también. Así es como Víctor Jara, Zalo Reyes y Marco Antonio Solís conviven con el repertorio de Pierattini y dejan la mesa servida para que la guitarra reverberante y el sobreviviente de mil batallas nos toquen el corazón sangrante con una sentida versión de “Las cosas simples”, el germen de la composición solitaria que hace más de 20 años marcó el camino hacia la luz que hoy sigue brillando frente a un teatro encantado.

La velada llega a su fin con “Soy un aprendiz” y “Menta, miel y sangra”, cerrando un círculo virtuoso en donde todos los puntos de su travesía se unen en una coherencia estética y sonora que los años se han encargado de hacer cuajar, logrando un repertorio en el cual conviven los más duro, distorsionado y visceral con la sutileza lacrimosa de la herencia “sudaca”  y “cebollera” llevada con orgullo en el pecho y la garganta.

Se cierra un ciclo, se abre una senda. El segundo tiempo del partido del luchador eterno comienza con el primer tiro al arco pegando en el ángulo, haciendo bailar la red y regalándonos una postal inolvidable.

¡¡¡Dale, guerrero!!!

Puedes revisar nuestra galería fotográfica AQUÍ


Zumbido.cl

0 Comments

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *