Nota por Lucas Araya
Fotografías: Daniel Sáez


Los Cadillacs remecieron Santiago en una sesión llena de himnos, coros masivos llenos de pasión y una comunión impecable con el público fiel, transformando el frío otoñal en una noche de calor el Arena Movistar. Una fiesta familiar y transgeneracional. Un carnaval para toda la vida.

Con el anuncio de la ausencia del Señor Flavio por asuntos de salud para dejar el bajo en manos de su hijo, Astor Cianciarulo, el concierto de Los Fabulosos Cadillacs en Santiago tuvo un color especial, un tono de celebración de la vida, la familia y un repertorio imbatible para mandarle fuerzas al histórico bajista quien, por primera vez en cuarenta años, no estaría con la banda sobre el escenario.

Y bastó un segundo entre luces parpadeantes y humo revoloteando para que el sonido de los jinetes del carnaval desatara una fiesta total, con la sangre galopando al ritmo del arsenal de clásicos del cancionero argento y latinoamericano, donde la introducción a  cargo de la armonía marchante de «Cadillac» dio paso al movimiento sincopado de «Mi novia se cayó a un pozo ciego» en un inicio potente y lleno de fuerza, algo que sería la tónica en una noche ardiente en cada rincón del recinto.

La sincronía y conexión total de la banda hicieron que la noche solo tuviera puntos altos, casi sin respiros, donde «Manuel Santillán, el león», «Quinto centenario» y «El genio del dub» cayeron como olas de fuego eterno para encender las almas y las voces, desatando el baile liberador en metros cuadrados resguardados, una murga de regocijos personales que formaron un manto sagrado al son del ska, la salsa y los vientos hipnóticos de los Cadillacs.

La emotividad llegó con «Calaveras y diablitos» y una ofrenda de fuerza y amor para Flavio, un rito en el cual Vicentico lideró los cánticos de manos al aire para enviar toda la fortaleza a su eterno partner musical y del alma. Así, con la energía flotando, «Los condenaditos » trajo la marcha del golazo cadencioso y masivo y dejar la mesa servida para el banquete más delicioso, lleno de tonos, sabores y sonidos que alimentan la danza en conmoción.

La vuelta al repertorio en vivo de «Desapariciones» (de Rubén Blades) despertó las conciencias e instaló la necesidad de proteger y mantener viva la memoria en momentos donde la violencia simbólica y las ansias de pisotear la vida están a la vuelta de la esquina. Una tremenda forma de traer la contingencia y el peso de la historia sangrienta en forma de canciones transgeneracionales.

La parte final del show fue, tal vez, la comprobación de la grandeza de Los Fabulosos Cadillacs, su música y la pasión que desata en su gente con una descarga de himnos inmortales e infalibles, bajando a las profundidades del desamor («Siguiendo la luna»), celebrando la existencia a pesar de todo («Carnaval toda la vida») y la denuncia social siempre latente («Mal bicho») para estallar con «El satánico Dr Cadillac» en un océano de voces, cuerpos y espíritus en el goce máximo.

La triada de cierre fue el broche de oro de una noche ardiente en la sangre para mantener viva la llama de una de las bandas más emblemáticas, importantes, convocantes y amadas en toda Latinoamérica. Acá, en su segunda casa, en su territorio hermano, el lugar donde «Matador» y el recuerdo de Víctor Jara suenan más crudos y reales que nunca, donde la potencia de «Vasos vacíos» llega hasta el fondo de todo ser humano en el lugar y el coro de Yo no me sentaría en tu mesa reverbera hasta después del fin del set en los pasillos y en las afueras del Movistar Arena, extendiendo la fiesta y celebrando una vez más con Los Fabulosos Cadillacs aceitados y en forma. 

Una presentación sólida que terminó con un hermoso abrazo grupal a Astor, una bendición y una forma de festejar que todo queda en familia y el legado de la banda sigue más firme que nunca, con Vicentico comandando la nave que flota incansable, imparable, por siempre, para toda la vida. 

¡Vos sabés!

Mira la galería fotográfica completa del show aquí.


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