Texto por Catherine Guichard

La noche quedó suspendida bajo un halo de oscuridad exquisita. La banda sueca Tiamat regresó a Chile para presentarse en Club Blondie, en el marco de su gira latinoamericana, desplegando un espectáculo que reafirmó por qué su legado continúa siendo indispensable en la historia del metal gótico y atmosférico. Fue un concierto que no solo evocó nostalgia, sino que también renovó la conexión espiritual entre la agrupación y sus seguidores chilenos, quienes aguardaron casi una década para reencontrarse con ellos.

Una apertura nacional impecable

La jornada comenzó con los nacionales Blackflow, banda que desde 2016 viene consolidando una propuesta profunda, cargada de elementos doom y death metal. Su presentación destacó por una puesta en escena meticulosa: los músicos se alinearon perfectamente, incluida la batería que, rompiendo con la tradición, se situó estratégicamente al frente, generando una experiencia inmersiva desde el primer segundo. Con dominio técnico, pasajes melódicos cargados de dramatismo y una voz principal grave y cavernosa, ofrecieron un show que preparó el terreno de manera impecable para lo que vendría.

El ritual comienza

A las 21:00 horas en punto, las luces disminuyeron hasta transformarse en un tenue resplandor violáceo, difuminado por columnas de humo que cubrieron el escenario como un presagio. Uno por uno, los integrantes de Tiamat tomaron sus posiciones, mientras el público, compuesto mayormente por fanáticos de mediana edad, los recibía con un aplauso que parecía contener años de espera. No faltaron tampoco los adolescentes, hijos de quienes descubrieron a la banda en los noventa, evidenciando cómo Tiamat ha logrado trascender generaciones y mantenerse vigente para oídos nuevos y veteranos.

Johan Edlund, voz, figura y espíritu creativo del conjunto, emergió con una presencia magnética. Su interpretación de “Church of Tiamat”, primera ceremonia de la noche demostró un control vocal impecable, casi hipnótico. A su alrededor, el ensamble formado por Lars Sköld (batería), Simon Johansson (guitarra), Gustaf Hielm (bajo) y Per Wiberg (teclados) tejió un paisaje sonoro denso y espectral, donde cada detalle encontraba su lugar sin estridencias, pero con una potencia emocional desgarradora.

Un viaje por la sombra y la belleza

La respuesta del público alcanzó su primer clímax con “The Sleeping Beauty”, coreada con devoción por todos los presentes. La canción resonó como un eco de aquellos años en que Tiamat redefinía los límites del metal gótico, convirtiéndose en banda de culto para miles. Siguieron momentos de intensidad profunda con “Cain”, donde Edlund volvió a demostrar por qué su timbre es una de las voces más reconocibles del género: oscura, abismal y cargada de una melancolía que atraviesa.

El recorrido continuó con joyas como “The Ar”, “Cold Seed” y “Wings of Heaven”, interpretadas bajo una atmósfera violeta que parecía envolver al público en un trance compartido. La energía de la audiencia jamás decayó; cada verso fue recibido como un reencuentro íntimo con canciones que han acompañado décadas de vivencias personales.

Un cierre devastador y sublime

El clímax final llegó con “Gaia”, tema que selló la ceremonia con un estallido emocional arrollador. En ese instante, Club Blondie se transformó en un templo oscuro donde convergieron memoria, belleza y devastación poética. Tiamat volvió a demostrar su relevancia histórica y su capacidad para dominar un escenario con una mezcla inigualable de misticismo y contundencia musical.

Cuando las últimas notas quedaron suspendidas en el aire, el público permaneció inmóvil por unos segundos, como si no quisiera quebrar el hechizo. Y quizás aún no lo han hecho: es probable que ese eco profundo y espectral continúe habitando la retina y los oídos de todos los que estuvieron allí, recordándoles que algunas noches no se escuchan, se atraviesan.

Produjo: Atenea 


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