
Ayer fue un domingo en el que desde temprano se podían ver poleras de Muse por la ciudad. Mientras algunos ciudadanos se entregaban al deporte en las calles cerradas, otros miles de personas se preparaban para una noche que sería aún más sorprendente de lo que esperaban. Y es que el excelente show que monta Muse, es de verdad de lo mejor que se puede ver en el planeta.
Pero la jornada musical no partió tan espectacular. Aún con luz de día saltaron al escenario los Kaiser Chiefs, algo fríos e incluso faltos de convicción, tal vez ya intimidados al conocer la magistral entrega que los sucedería y también quizás excesivamente perjudicados por la clásica diferencia de sonido entre teloneros y teloneados. Por supuesto que hubo momentos en que el público logró entusiasmarse, después de todo tienen varios hits reconocibles por cualquiera y los tiraron sobre la parrilla, pero el empeño de Ricky Wilson luchando con su cansadísima y quebrada voz no fueron suficientes para estar a la altura de lo que se venía.


21:11 y comienza una obra maestra comandada por Matt Bellamy con sus luces y cuidada hasta el más mínimo detalle, desplegando infinidad de recursos sonoros, visuales, humanos y técnicos en sincronía perfecta, robótica, como homenajeando el espíritu de esta gira (Simulation Theory World Tour).

Una batería de himnos siempre estructurados en torno al bajo soberbio, guitarras radicales, batería contundente y toneladas de creatividad y experimentación sónica que durante dos horas regala una cátedra en la que surgen elementos de todas las eras del rock, con detalles que podrían evocar por momentos desde Queen hasta Rage Against The Machine.
Interpretación musical perfecta en todas sus líneas y complementada por una grandiosa propuesta visual tan pretenciosa como milimétricamente lograda.


Estamos hablando de un show que en su esférica perfección ni siquiera necesita de un bis; al momento de dejar de rugir las guitarras y escucharse los “gracias Chile” finales, nadie en el recinto quedó con gusto a poco ni muchísimo menos, por el contrario, todos tuvieron certeza de haber vivido dos horas inolvidables y difícilmente equiparables.
Y pensar que hay gente que dice que el rock está muerto…





















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