Con un concierto de más de tres horas, el trío nacional puso fin a una etapa gloriosa en un Movistar Arena repleto para decir “hasta pronto”, acompañados de miles de almas, corazones y voces en una noche inolvidable que nos mantendrá flotando en un eterno viaje.

Junt@s somos dios

La cosa es así: Lucybell está en el mejor momento de su carrera. Un instante casi infinito, donde Claudio, Eduardo y Cote se mueven en el escenario, en los pasillos, en las pantallas y en el aire como animales salvajes de la música en vivo. Tres bestias imparables frente a un mar de gente que viene a celebrar más de tres décadas de música, emoción, intensidad e intimidad. Así y todo, es el final de la ruta.

Esta noche la senda se termina. Esta cita es, además, una despedida, el cierre momentáneo de una historia compartida, sentida y amada. Somos acá parte de una misma fuerza, un mismo sonido. Somos parte de un momento histórico y vinimos a vivir, cantar y disfrutar del último acorde, del último verso, del último acople, de los ecos reverberantes hacia lo eterno. 

El repertorio arranca desde donde todo empezó. Con “De sudor y ternura”, desatando la pasión que desborda con la sola irrupción de esa batería arrolladora y una voz que invita a perderse en la fantasía. De ahí en adelante, todo será intensidad, en todos sus formatos: el rojo eléctrico e inmenso de “Caballos de histeria”, la potencia iluminadora de “Ten paz” que derrite la nieve imaginaria y “Hoy soñé” que transforma el aire en oro puro. Cada segundo, cada sonido es un escalón más hacia las cumbres totales a las que nos lleva Lucybell, ahora y siempre.

Entre destellos de volumen y entrega, hay espacio para las palabras que nacen desde el amor y la gratitud (Claudio: gracias por estar aquí/ Eduardo:la música nos une), caricias cristalinas de terciopelo hasta las lágrimas y que pasan rápidamente a transformarse en galopes que se expanden por las pampas sonoras por donde los tres jinetes de los vientos nos guían a la gloria sónica. Aquí el trance es un aura que relumbra y hasta un acople punzante es melodía. 

Fin de la primera parte.

Las luces bajan, las pantallas muestran el recorrido y en el otro extremo del arena, “Carnaval” abre un nuevo rincón donde tod@s seguimos respirando pasión, subiendo a miles de kilómetros hacia el cielo para luego volver a la tierra y experimentar un sueño mientras despertamos con una caravana de sonidos hermosos (“Amanece”, “Milagro”) hasta llegar a las profundidades del sentimiento y compartimos una conexión gigante mientras los acordes de “Tú” se mueven por el espacio.

Fin de la segunda parte.

El tono carmesí inmenso acompaña el tsunami intenso de “Rojo eterno”, abriendo una corriente donde el fuego líquido inunda cada partícula que experimentamos. En esta sección brillan “Ver el fin”, “Tu sangre”, “Sálvame la vida”, “Solo crees por primera vez” y es posible creer que la última vez es la primera vez y ambas son eternas.

 Para cuando “Luces no bélicas” aterriza como un asteroide de potencia ya todo es placer y goce. Somos explosiones en el cielo, somos dedos incendiarios, somos dios. Somos cuerpos entregados bailando en paraísos de locura.

Fin de la cuarta parte.

La marcha electrónica de “Viajar” parece un anuncio de lo inevitable. Solo queremos borrar lo falso y ser reales una vez más. Un huracán rojizo se mueve por lo más exquisito del sonido de Lucybell y estamos en su centro. El estallido es total con “Fe” y “A perderse” (con vientos que avivan su propio fuego inmortal) y desde la cima volvemos al inicio del mar de iluminación lúgubre, un salto hacia arriba/abajo con “Cuando respiro en tu boca” antes de que “Mataz” alcance su versión jazzera máxima con una trompeta mágica que convirtiendo todo en brillo de metales preciosos.

El ciclo llega a su fin con “Mil caminos”, es inevitable, pero lo vivimos con felicidad, con una sonrisa, con la satisfacción de saber que seguirán existiendo los desvíos para seguir caminando por las grandes alamedas sónicas del sendero trazado por Lucybell a través de tantos años. Todo detona en cientos de colores, luces y un resplandor que resonará hasta la próxima vez que nos encontremos.

Luego del fin, todo es emoción al máximo. Las palabras son lágrimas, llorar es flotar, flotar es reír, reír es vibrar, vibrar es amar. Lucybell es vida,e s sonido, es eterno.

Al final de este camino irrepetible Claudio Valenzuela dice “gracias por la vida que me dieron”.

Desde este rinconcito pequeño agradecemos y esperaremos con ansias el momento en que se cumplan las palabras de Cote al decir “Gracias y nos vemos”

(también dijo “una más”, pero había mucha emotividad en juego y en llamas. No importa, los queremos igual).

Será hasta pronto.

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