Por: Lucas Araya

La celebración de los 40 años de la edición del disco  Alturas de Machu Picchu estuvo plagada de afecto, momentos de amor a la música y un reencuentro trasandino de leyendas de la música del cono sur que traspasó generaciones y fronteras, todo bajo un cielo que fue abriendo paso a la iluminación natural perfecta para la ocasión.

Las nubes y el aire fresco de la tarde recibía a Javiera Parra (vestida de verde) y sus imposibles que descargaron un repertorio ya clásico de la banda en medio de una celebración propia también (27 años de existencia).

A medida que el público iba llegando y tomando posiciones, gran parte del cancionero popular chileno se desplegó entre aplausos, demostraciones de cariño y un mensaje político y social que invitaba a “cuidar lo que hemos ganado” en pro de la cultura, el respeto y la tolerancia.

«Humedad», «Soy tu agua», «Te amo tanto«, entre otras composiciones de la cosecha imposible convivieron en una mesa servida donde hubo también un espacio para material de Violeta Parra (Qué he sacado con quererte, La Jardinera) mientras salía el sol iluminando todo para cerrar con «Compromiso» y tributando a Cecilia, la incomparable. Iniciaba así una jornada de homenaje a la música de acá.

La canción popular latinoamericana cruzó el continente a través de «La Maldita primavera» desde Mexico, trayendo a Yuri a la fiesta.

Un potente despliegue de una de las bandas más importantes de la historia del rock chileno. Un cuidado listado de canciones ejecutadas con precisión por parte de los músicos y coreadas por un público cómplice y comprometido.

«Suda Para», «Camino», «El Aval», una forma avasalladora de iniciar la ruta con Álvaro Henríquez en plena forma y una energía desbordante de emoción en la voz de una generación que sigue sumando episodios a su historia. El set tuvo un espacio amplio donde los festejados principales ejecutaron cuecas, donde Claudio Parra, Mario Mutis y Juanita Parra arrancaron con introducciones aplaudidas y bailadas por el mar de gente que iba formándose a medida que avanzaba la tarde.

La sección cuequera cerró con la imagen de Roberto Parra mirando desde el fondo, una mirada brava e imponente. «Quién es la que viene», «He barrido el Sol» y «Tu cariño se me va», la ruta que cerró el show de Los Tres, mostrando todo el amplio abanico de chances sonoras y de reinvención de sonidos de estos rincones para hacerlos propios, una senda que ha perdurado por más de treinta años.

Un músico talentoso, influyente y fundamental para la música argentina y latinoamericana. Invitado de lujo para una velada de celebración de música hecha por músicos de esta parte del mundo. Absolutamente vigente y con una fuerza vital desplegada en una interpretación una voz inagotable que regala momentos de dulzura, melancolía y esperanza que es, a la vez, humilde y generosa, abriendo espacio para que las voces de sus músicos compartan el espacio y brillen como un coro de almas agradecidas de estar viviendo el momento. El set estuvo cargado de mensajes de amor, delicadeza, destreza y altos momentos musicales donde la guitarra gentil de David Lebón deja claro que no hay nadie como él a cargo de las seis cuerdas. Un tono inconfundible y solos de una virtud grandiosamente simple y emotiva, que penetran y erizan la piel. Un regalo de la vida.

Este recital sirvió también como un reencuentro con sus amigos y vecinos en tiempos difíciles, con Los Jaivas viviendo en Buenos Aires y Lebón visitando y compartiendo con la extensa familia chilena. Se notaba la emoción y fascinación del músico mientras el cielo obsequiaba un espectáculo propio de luces que atravesaban las nubes en un momento celestial atravesado por las guitarras de El Ruso y de sus dos guitarristas cómplices en las cuerdas.

Un repertorio amplio que recorrió gran parte de la carrera de este incombustible creador. «Cuánto tiempo más llevará», «Deja de Jugar», «Esperando nacer» (con Alan Reale de Los Jaivas en guitarra y voz, una real combinación de talentos), «No llores por mí, reina«, «Parado en medio de la vida», «El tiempo es veloz», «32 macetas», «No confíes en tu suerte», «Noche de perros», Mundo agradable, Puedo sentirlo, «Encuentro con el diablo», «Copado por el diablo», «Suéltate rock and roll». Hablemos de clásicos, sentimiento y amor desplegados en un escenario. Un presente que cruzó la cordillera y brilló alto, iniciando la noche de Santiago. Imposible no llorar de felicidad.

La oscuridad nocturna, montañas y ruinas incas en las pantallas. Humo, nubes y sonidos vivos daban paso al número principal. La banda de blanco y la gente de pie recibiendo el festejo y la interpretación íntegra de uno de los mejores discos de la música chilena, latinoamericana y universal: Alturas de Machu Picchu.

Aire al aire y las palabras de Neruda en la Voz de Mario Mutis. Trutrucas interactuando con las voces humanamente surreales de la banda. Percusiones magistrales, guitarras reverberantes, líneas de bajo inconfundibles, teclas mágicas y vientos que llevan a flotar por paisajes musicales en un imaginario silvestre, antiguo, moderno y sin tiempo, todo a la vez. Emotividad y una entrega total de intérpretes y su mar de gente fiel.

La segunda parte del show estuvo marcada por clásicos del repertorio Jaivas (Tikari del puerto, Indio hermano), un sentido homenaje a Violeta Parra en «Run Run» se fue pal norte con su nieta, Javiera Parra en la voz principal, «Mira niñita» (con Álvaro Henríquez en voz y guitarra), «Aconcagua», «Hijos de la tierra», desatando la fiesta y el baile de aires andinos en la pre cordillera.

La cumbre final llegó con Los Jaivas y el abrazo con su amigo y hermano musical y de la vida, David Lebón, acoplándose con su guitarra para interpretar «Pregón para iluminarse» (canción de la ribera cósmica fraternal) y cerrar con cada participante de la velada sobre el escenario para interpretar Todos juntos. Una unión altamente necesaria. Un despliegue de amor y respeto que traspasó fronteras, venció restricciones y caló hondo en los corazones que se libraron en una tarde noche llena de calor y devoción por la música más hermosa de estos rincones. En el páramo en que vivimos, estas melodías son un bálsamo sanador y esperanzador. Amor chorreando de la cordillera al mar.

PD: Los Jaivas son la única banda que me hace llorar cada vez que los veo en vivo. Ahora puedo sumar a David Lebón y su banda a esa lista. Pura emoción. Lágrimas de amor del bueno.

¡Gracias!


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