
Título: Me rompiste el corazón
Dirección: Boris Quercia
Producción: Alberto Gesswein
Elenco Principal: Daniel Muñoz, Carmen Gloria Breski
Texto por Lucas Araya
Roberto Parra y su figura se han transformado en un mito emblemático de la chilenidad profunda y los bajos mundos de la noche. Podemos encontrar sus vivencias en las décimas escritas por el propio Don Robert y su historia e imagen fueron retratados en “La Negra Esther”, una de las obras teatrales más importantes de nuestro arte en los últimos 35 años. Sus cuecas choras y el jazz guachaca que creó desde su experiencia con las músicas que llegaban a los puertos, plasmando su genialidad vital en la guitarra y en letras que reflejan las peripecias de la bohemia que vivió, disfrutó y sufrió.
Ahora podemos ver en el cine el idilio intenso que el Tío Roberto vivió junto a la mítica Negra Esther en el puerto de San Antonio. Dos almas apasionadas vibrando juntas al calor de la música, las noches interminables y las mañanas miserables. Con interpretaciones altamente logradas por parte de Daniel Muñoz y Carmen Gloria Breski (increíble trabajo el de la actriz nacional), retratando a estos dos amantes vehementes desde su primer encuentro, pasando por momentos de amor brillante y desencuentros alcoholizados hasta llegar al fin de un romance de forma abrupta y triste. Un descenso al infierno del eterno recuerdo doloroso y el arrepentimiento sangrante.
Sin embargo, la historia de Roberto Parra es también la historia de su familia, su madre, su padre y sus hermanas y hermanos. La familia Parra es, quizás, la gran familia chilena del siglo pasado, representando y encarnando todas las peripecias, penurias, alegrías y las pequeñas victorias del Chile profundo. Parte de ese universo está también contado en el filme, mostrándonos la niñez en el sur de Chile, siendo lazarillo, lustrando zapatos o robando pan para llevar a casa. La subsistencia fue siempre una forma contra un mundo adverso, desde correr a pies descalzo en el barro, saltar de tren en tren como polizonte o llegar derrotado y en la ruina a la casa de su hermano mayor. Acá vemos breves pero significativas referencias y representaciones de Eduardo, Nicanor y Violeta Parra para dejarnos claro que la relación y los lazos siempre palpitaron fuerte, en la dicha y en la desgracia (gran mención de la madre del clan).
La música (hecha e interpretada por Álvaro Henríquez) es un factor importante en la narración, siendo algo mucho mayor que un acompañamiento o una banda de sonido como telón de fondo. Las guitarras (sí, en plural) de Roberto Parra forman parte esencial de la trama, siendo un personaje más en las pequeñas historias que conforman el gran relato de la peli y nos ayuda a entender la relación que el Tío tenía con su instrumento. Acá hay cuecas, foxtrot, jazz, boleros y mucha guitarra al hombro y al piso, una muestra de la intensidad con la que se movía el creador del jazz guachaca.
Ver la historia de Roberto Parra en la pantalla es ver también la historia del Chile menos glamoroso, la historia de trenes oxidados, de carretas tiradas por caballos, de oficios hoy casi olvidados, de “patipelados” en las calles y de puertos llenos de vida bailando con la muerte en el precipicio de las horas, y aquí radica también uno de los puntos importantes de la película: el rescate patrimonial y la representación de lo identitario. Sin intentar rascar el sarpullido patriótico, el amor intenso de Roberto y Esther son un espejo de nuestra forma de sentir, amar y odiar: todo al extremo, de otra forma, no queda en la piel. Y las actuaciones de sus protagonistas principales llevan esa fuerza hasta la emoción explosiva y las lágrimas de ternura y empatía. No es raro que al ver cómo la pareja vive y exprime su amor usted vea algún destello de su propia experiencia y es imposible no sentir un nudo en la garganta al oír sus voces mientras declaran que ya no hay vuelta atrás en alguna caleta o decidir la suerte final entre sombras y luces decadentes pues es como sentir un deja vú de nuestras propias vidas, la vida de Chile y sus amores fogosos y destinados a esfumarse.
Más allá de los detalles técnicos o inclusiones de rostros y nombres (?) que podrían desconcentrar a más de alguien, la emoción es permanente y constante mientras vemos a Roberto Parra moverse por un lugar y un tiempo que ya no existen, pero que tuvo la fortuna de vivir a concho, escribirlo, cantarlo y contarlo de una forma tan apasionada y real que medio siglo después, ese frenesí sigue vibrando como un ejemplo tembloroso en la pantalla grande bajo la dirección de un inspirado y creativo Boris Quercia y su collage de formatos, relatos, colores, texturas y tonalidades que resuelven múltiples formas visuales para contarnos la vida de Don Robert (uno de los más grandes), la Negra Esther y de quien llegó a ser su compañera en el tramo final de su existencia, cerrando el círculo que nunca dejará de girar.
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