Por: Lucas Araya
Fotografía por: Andie Borie

La noche del 14 de enero de 2022 quedará marcada por el calor del ambiente y la comunión de la manada guerrera que se congregó en el Teatro Coliseo para celebrar un ritual de música y energía en vivo, un reencuentro con sabor a tierra y oscuridad brillante.
La banda presentó de forma íntegra su disco debut, lanzado el año 2000, placa que generó un categórico quiebre en el cambio de siglo e inició una de las carreras más sólidas en el rock chileno de las últimas décadas. Sin embargo, esta noche no se trató de nostalgia, ni de glorias pasadas ya que desde el inició con “Débil” el público fiel se fue acoplando al cuarteto para ser un integrante más en la descarga de cada tema. “Amarga voz”, “Opción laverna” y “No es malo”, fueron abriendo el camino para explorar en su inmensidad el álbum.

Los aires renovados se podían sentir y ver al comprobar que en la masa de gente se mezclaban rostros ya clásicos en la familia weichafera uniéndose a nuevas almas seguidoras en las nuevas generaciones. Todas, todos, todes, una unión y bienvenida que se desarrolló hasta llegar a “Cadáver feliz”, “Z” y “Tres puntas” para cerrar con una energética versión de Come together. Mientras la banda se alejaba del escenario entre sombras, instrumental llenaba el espacio en su versión y grabación original.


Pero como se había anunciado, la segunda parte del show tuvo un recorrido por la discografía y repertorio certero de la banda, donde Respiro la luz del sol inició los fuegos. Sin embargo, los nuevos sonidos y rutas de Weichafe también tuvieron su espacio al liberar Doy mis manos, tema reciente que da luces de las sonoridades actuales de la banda. Un tributo a Víctor Jara y Pan de la tarde continuaron la ruta, mientras que Hazme dormir, Ripio y soledad, Rock del Poncho y Pichanga tuvieron un rol fundamental en el final demoledor del show.
Aplausos y abrazos.
Siempre es bueno detenerse un segundo, mirar hacia atrás, abrazar el pasado y reconocer lo hecho para seguir el camino en la lucha, con la música como espada. Weichafe hizo eso esta jornada, una necesaria pausa en la máquina del tiempo veloz, un viaje a fines de los 90 e inicios del 2000 para continuar sin detenerse. Guerreros incansables del rock.





















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