Texto por: Lucas Araya

Fotografías: Camilo González

El mítico conjunto argentino trajo una fiesta encendida al Teatro Coliseo en un reencuentro apasionado con un público transgeneracional totalmente entregado al baile y el canto de himnos en una fiesta llena de locura y relax un sábado a la noche servida en un menú de tres platos exquisitos.

Primer acto

Cuando la temperatura bajaba y las nubes cubrían el cielo de Santiago, el interior del Coliseo se comenzaba a elevar en intensidad con Entrópica y su propuesta sónicamente hipnótica. Una invitación al baile en trance y juegos de luces e imágenes en vuelo tántrico. Una invitación al movimiento y delirio a quienes comenzaban a llegar al teatro. Buen presagio de lo que vendría.

Segundo acto

Con un cielo rosa y púrpura en la pantalla de fondo, Música Para Volar comenzó el despegue hacia las cumbres del Rock argentino reversionando un puñado de clásicos inmortales de nombres tan gigantes como Soda Stereo, Charly García y Fito Páez, alimentando el combustible de la nave flotante en la que el Coliseo se fue transformando a medida que se articulaban temones como «Trátame suavemente», «Mariposa technicolor» o «Cerca de la revolución». Bombas para encender el ánimo y dejar las vibras bien arriba.

La banda propuso un viaje por más de 50 años de música exquisita con momentos sutiles («Un vestido y un amor» de Fito y «Necesito» de Sui Géneris) y texturas épicas como «Rezo por vos» para moverse hacia el baile frenético de los sonidos ochentosos (con citas a Queen, The Cure y The Clash)  y los saltos en con los estribillos imperecederos de «Te hacen falta vitaminas» y las explosiones totales de «De música ligera». Un elixir del más fino para dejar la mesa servida para el banquete.

Tercer acto

Los reyes de la noche arrancaron con todo su potencial sonoro y emocional, con Julio y  Marcelo Moura compartiendo labores vocales liderando el carnaval eléctrico y multiforme desde el inicio arrollador con «Sentirse bien», «Tomo lo que encuentro» y «Ausencia», sucesiones llenas de los juegos entre las guitarras eléctricas en máxima estridencia y los teclados envolventes y penetrantes, duelos vitales que marcarían la noche. 

En el día exacto de aniversario de su disco «Rélax» (1984), Virus encontró la razón precisa para moverse por los territorios de su marca registrada que mezcla el Dance-Pop vanguardista y el Rock and Roll más visceral generando un mismo sentimiento, un mismo baile coherente en busca de libertad en las superficies del placer con canciones encadenadas en forma precisa: «Me puedo programar», «Hago más» y «Desesperado secuencia uno». Un manjar de los dioses fundamentales del Rock latino.

El repertorio de Virus es imbatible y la entrega de los hermanos Moura sobre el escenario es contagiosa y emocionante. Tanto amor y calor solo pueden retribuirse con pasión y euforia. Locura total, vivencia de cada generación que llegó al Coliseo para fundirse en una mansa danzante de principio a fin. Solo quedaba entregarse al embrujo de «Destino circular», «Superficies de placer» e «Imágenes paganas». Éxtasis de alto octanaje entre las nubes y el vapor.

La presencia de Mario Serra y su batería a todo volumen son parte esencial del poder atronador de la banda y su vibra infecciosa y bailable lleguen desde lo alto, un aliciente más para que la incendiaria guitarra de Julio Moura llene todo el espacio en «Mirada speed», tentando a adolescentes sin edad por doquier para luego saltar e invitar a subir aún más con «Hay que salir del agujero interior», porque el Rock se goza, como un golpe de energía en la oscuridad un sábado a la noche y soltar todo con «Wadu Wadu» y unirse en una fiesta total de afecto y goce.

La parte final del show fue una masa demoledora, una exquisita fruta madura y dulce con la delicia de la tristeza hecha esperanza de «Pronta entrega» en un puente perfecto y hermoso hacia «Luna de miel entre tus manos» con caramelos reales volando y cayendo como corazones llenitos de afecto y regocijo, iluminando el extraño ritual veloz y luminoso de la ternura agresiva. Entrega total antes de destello final con «Carolina», un cierre que recrudece cada vez que el tren delirante del disfrute llega a la estación final del viaje en el tiempo y el espacio. Todos los sueños e ilusiones se juntaron en una sesión preciosa donde no hay espacio para melancolías ni citas al pasado. Virus es ahora, es aquí, es eterno, es inmortalidad.

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