Texto por Lucas Araya

Fotografías por Lucas Araya y Claudio Escalona

El festival organizado por En Órbita fue un verdadero volcán de ruido, luces y alta entrega, dejándonos explosiones estridentes en performances y erupciones sin parar en una de las últimas tardes del invierno capitalismo. 

Acá breves crónicas de un testigo de los estallidos y voladuras de este radar de explosiones

Dios está con nosotros: chiflados en morfina

Un trío de bajo, bata y saxo que se mueve entre el delirio instrumental, viajes por nubes sobre el piso, una danza hipnótica entre luces azules y verdes alrededor de melodías e improvisaciones, Beats y líneas volátiles. Tres salvajes moviéndose con la deidad ruidosa y deforme/multiforme. Un delicioso descubrimiento que te deja alucinando por días y noches, de aquí a la eternidad.

Talismán: tod@s junt@s vibrando en sintonía

El combo experimental dibuja un paisaje sonoro donde las atmósferas de ensueño flotan sobre las olas de reverberación. Una playa instrumental donde surfean las sensaciones. Una caricia aterciopelada para abrazar el frío de la tarde con el calor de la percusión debajo de las cuerdas flotantes mientras el horizonte de las mentes se expande. 

Latnik: locura relax

Dos músicos en escena. Cientos de Secuencias. Sintetizadores trazando estructuras electro bailables mientras las luces carmesí danzan entre tonos altos y sombras brillantes. Sobre las capas sonoras de caminos hechos por las teclas avanzan las voces como ecos, dibujando ondas reverberantes en un futuro pasado en el presente inmóvil. Bailando sin salir del búnker de Matucana 100.

Asia Menor: deconstruyendo las formas

Entre tonos rojizos limonados, cuatro sureños desarmando y volviendo a unir melodías, potencia, sutileza y volumen con un engrudo eléctrico latente. Todos los límites se difuminan en una habitación sónica destruida con acoples en forma de campanas en redoble entre canción y canción, hipnotizando con el sonido y cautivando como un yunque cayendo en cámara lenta sobre las olas de cuerdas y delay con una explosiva bata dirigiendo el desembarco en la noche santiaguina. La cadencia estridente tiene forma. Asia Menor es su nombre.

Los Lolos de Chile: mezcla minimal, estallido demencial

Una batería marchante, una guitarra afilada y una voz abriendo el camino de la euforia hecha mazazos de golpes, rifffs y cánticos de en una pichanga electrizada entre cuerpos danzantes y mentes liberadas en un set corto y preciso. 

Adelaida: demoliendo retrovisores

En la nave central del teatro, Adelaida descarga la potencia chirriante entre capas y capas de guitarras eléctricas como llamas incendiarias, destrozando la historia para volver a armarla con una formación actual que se mueve como un deja vú entre focos difuminadores y parabrisas que chocan con el muro de feedback y voces que rebotan sin parar. Una forma de despertar de un sueño sonoro y caer en una red extendida de acoples, ecos y miradas infinitas a los ecos de un feedback armónico. 

Magia blanca: que no caiga el groove

Jazz ácido, improvisaciones sobre el viento, ritmo irresistible, dub metálico y danzante. La magia nevada derrite barreras e invita a entrar en el ritual poco habitual de moverse y flotar en una nube de melodías instrumentales donde la voz es un condimento más de esta dulce mezcla mecalina.

A Place to Bury Strangers: huracanes imparables en la jungla de cemento

Llegan como un tornado sónico sin pausa. Tres masas telúricas destrozando el aire. Tres máquinas orgánicas, tres animales del escenario, sacando a la gente de sus asientos y tirando la cuarta pared, haciendo una misa con la masa en una mesa servida para el banquete final: un ruido inmenso de rock.

Con una batería incansable, un bajo punzante y guitarras al cielo/sueño, APTBS entrega una descarga incansable y adrenalínica que inunda cada rincón del teatro central de M100. Nadie saldrá sin una sonrisa de acá.

Una bola de fuego, una hipnosis sofocante y placentera. Ya sea sobre el escenario o en el piso, entre la gente eufórica. Trozos de madera rebotando y flotando, luces parpadeantes y una armónica distorsionada deconstruyendo los micrófonos, los cables y la electricidad.

Sin duda, una experiencia religiosa que deja marcas y genera adicciones impensadas mientras el sonido se descompone entre ataques estridentes y acoples tan altos como para elevarnos y llevarnos a las cumbres más altas del delirio sonoro y volver con una sonrisa de oreja a oreja, aunque el zumbido quiera partir nos la cara.

Otra noche en la oficina.

¡Salud por l@s am@s del volumen y la intensidad!


Zumbido.cl

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