Por: Lucas Araya

La potencia alta del sonido de Rama se basa en la fuerte electricidad de su entrega, pero en las dos noches de shows acústicos en la celebración del Bar de René ofrecieron un nuevo campo donde germinar y seguir expandiendo el campo de batalla de la legendaria banda.

Con un sonido luminoso, en expansión, brotando con efectos sobre una guitarra cristalina y una base troncal, con un bajo marcando camino y una bata con el uso experimental acertado de baquetas para generar una sonoridad orgánica. Presenciar un show “desenchufado” de Rama es como estar en un bosque abrazando el rocío, donde el musguito somos nosotros y la banda.

Si bien gran parte del set se dio con guitarras acústicas, el uso de efectos en las 6 y 12 cuerdas generó una sensación de  hojas flotando en el remolino (con el pedal flanger soplando el viento), lo que generó la simbiosis de la música que fluye y avanza nítidamente.

La simpleza y luces minimales dieron una sensación hipnótica donde un sorprendentemente agradable teclado fue abriendo la senda entre la maleza húmeda sonora de Rama. Lejos está cerca con el puente sónico tendido por los músicos.

De pronto cayó un rayo eléctrico de guitarra en medio de un halo de luz suave, un paisaje de ensueño, una playa imaginaria en el sonido que ya en la mitad del show se desplegaba como una frondosa enredadera de tonos rojos que solo subía y subía en su diversificación como nubes en forma de árboles o árboles como nubes, moviéndose, transformándose, mutando, llegando a sitios a explorar.

Cuando lo áspero de una guitarra eléctrica se suma a los golpes certeros de las 4 cuerdas o los platos de brillo tenue fue como despertar de un sueño y verse dentro de un recuerdo hecho sueño. Una sonoridad dura y oscura entre tanta suavidad. Algodones hechos arena, piedras entre la brisa, una caricia de ripios filosos, aún así, es adictivo.

La versatilidad de Rama en este formato permite disfrutar de un bálsamo de voces, donde el camino de piedras recibe las semillas y las armonías son agüita fresca. Algo nació y emergió por todos lados, mientras un teclado respiraba entre la foresta espesa, una salvación de la apatía de la noche gélida de la ciudad.

En la parte final del set, un ambiente ensangrentado, azulino, amplificando las voces en los ramales que surgen de las voces ocultas entre la madera de las mesas, una conjunción de almas en su estado natural: música en vivo.

A esas alturas el lugar ya era una jungla, con huracanes y mares bajo un techo metálico donde los acordes orgánicos rebotaban hacia la selva de concreto se llena de musguito vibrante, ramas vivas.

En la última canción del set, la luz atravesó la oscuridad íntima, un coro de flores nocturnas se acopló a la banda y lo imposible se hizo real en onda sonoras palpables: antes de la tormenta vino la calma, una calma envuelta en ruidos cristalinos, una nueva ruta donde internarse y germinar. Una apuesta efectiva de Rama y su enredadera sónica en constante crecimiento.


Zumbido.cl

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