Texto por: Lucas Araya

Fotografías por: Claudio Escalona

La banda pionera del sonido de guitarras sucias proveniente de Seattle se presentó en el Teatro Coliseo dando clase de cómo encender el aire con su mezcla de intensidad, volumen brutal y el ruido desatando la locura y éxtasis con un repertorio lleno de clásicos perfectos e inmortales y una muestra de la actualidad brillante del grupo.

Alain Johannes, el eterno buscador de destinos 

La velada inició con un invitado de lujo: Alain Johannes. El mítico músico que aparece con una guitarra de palo y un poncho y llena todo el espacio con calidez y maestría. Esa voz de terciopelo y una técnica única hacen de su performance algo mágico cada vez que está en un escenario y esta no es la excepción. Con canciones de su etapa solista, clásicos de Eleven y delicadezas de The Desert Sessions, el multi instrumentista de cepa chilena abraza sus raíces y las expande en vivo llegando a todos los corazones y quedándose en cada rincón del Teatro Coliseo. En una hora la ternura calma, la destreza vocal y la maestría en las seis cuerdas  de Alain Johannes abren el portal hacia el sonido barroso y excitante.

Mudhoney, hermanos del fuzz

Sin mayores aspavientos, los cuatro Mudhoney se instalan sobre el escenario con los instrumentos afilados y desencadenan la locura y el romance entre el volumen, el ruido y el frenesí. Desde el primer latigazo sutil de “If I think”, la declaración está hecha y el mensaje es más que claro: el poder crudo está aquí.

Con un set list potente y efectivo, Mudhoney da siempre clase de cómo abrir el camino a Punta de riff gancheros y una potencia tan desbordante como seductora. La lista de clásicos certeros como “Into the drink”, “Suck you dry”, “Judgement, rage, retribution and thyme” forman un delicioso resumen del sonido pantanoso del grunge original y se complementan de manera perfecta con canciones de la etapa más actual de la banda, creando un mapa del goce del ruido y el estruendo. Así “Souvenir for my trip”, “Oh yeah” y “I’m now” se intercalan con “Touch me I’m sick” y “Sweet young thing ain’t Sweet no more”, creando un huracán sónico y emocional que se corona con los cánticos cariñosos para celebrar el cumpleaños del eterno Steve Turner.

Una sesión que solo tiene joyas y un Mark Arm en plenitud, ya sea con su Gretch al hombro disparando Riffs mientras grita las palabras más hermosas o libre sobre el escenario micrófono en mano, moviéndose como animal en su jungla sonora. Realmente una noche soñada y el cierre con “One bad actor”, los brazos al aire y las luces multicolores danzando con las sombras, abrazando décadas de hermosos ruidos que nunca dejan de retumbar.

La vuelta luego de un respiro es un regalo más de la vida, sus vidas y las nuestras. El sonido parece crecer y todo se eleva desde el primer golpe de baquetas para desatar el camino hacia la locura con “Here comes sickness”, luego sumergirse en el rango espeso de “Beneath the valley of the underdog” y finalizar bien arriba con “In ‘n out of Grace”. Un placer total y la satisfacción máxima.

Los que iniciaron todo, llegaron para arrasar con guitarras atronadoras y un amor infinito por la música. La entrega es total y se agradece con creces.

Para culminar, solo me queda recordar una fría noche de agosto del año 2000. En una tocata en el Teatro Novedades de Cueto, un ex compañero de liceo se me acerca, me saluda y me pasa dos cassettes. Uno era “To the Center” de Nebula y “My brother the cow” de Mudhoney. Me dijo “escúchalos, te van a gustar”. Esa noche todo cambió para mí. Y ahora me encuentro con ese mismo amigo, ambos con poleras de Nirvana. Nos reímos y disfrutamos. Esta noche él viene a tomar fotos por Zumbido y yo a escribir esta reseña.

La vida puede ser linda, los círculos se cierran y se abren nuevas ventanas.

Today is a good day!

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