
Los Fabulosos Cadillacs aterrizaron en Santiago con su celebración de 40 años de carrera con un repertorio impecable, lleno de clásicos bailables y con contenido consciente. Una sesión con la historia de la música latinoamericana, revisitando su catálogo y con citas a leyendas continentales, en un Claro Arena puesto a prueba para recibir el calor del fuego, de los vientos, las tumbadoras y el coro de miles de voces.
Con cuatro décadas de vida ardiente, una batería infalible de canciones y un legado siempre vivo y latente, Los Cadillacs no tienen que demostrar nada, solo disfrutar de su cosecha, celebrar con su gente y ver la fiesta estallar desde el ojo del huracán.
Su concierto de este 15 de noviembre de 2025 fue una estación más en su gira celebratoria de 40 años de una carrera de éxitos, llevando la bandera de los sonidos emergidos del dub, el ska, el reggae, la salsa, la cumbia, el tango, el punk y el rock. Toda una vida de lucha musical. A todo esto, sumémosle el arsenal imparable de hits increíbles, capaces de sonar en radio y televisión sin parar con un mensaje social y de conciencia de clase en medio del vacío comunicacional. Una victoria constante.
La cita con la mítica banda argentina prometía el triunfo seguro por goleada, con un set list esperado y querido en una noche cálida de primavera a los pies de la montaña al ser un concierto de rock masivo en el Claro Arena, una prueba de fuego para el (casi) recién inaugurado estadio. Un sitio alejado pero con accesos fáciles de recorrer, una pequeña subida caminable y ubicaciones parceladas y (quiero pensar) cómodas para más de 20 mil personas. Escenario ideal, digamos.
Con un teloneo donde los sonidos caribeños reverberación y con delay armaban los andamios para que los Hermanos Ilabaca desplegaran sus sonidos funk, soul y R&B hecho en Chile. Todo chile mientras el sol bajaba y el aire fresco recorría las gradas y el campo.

A eso de las 9.30, las luces se apagaron y los leones del ritmo mundial entraron a escena disparando sin piedad un barril de lo mejor de su cosecha. Luego de una intro de cuatro cuerdas distorsionadas, Los Cadillacs dieron lo mejor de sí. Desde el inicio con “Manuel Santillán, el León”, pasando por “Mi novia se cayó en un pozo ciego”, “El genio del dub”, “Piazzolla” hasta “Calaveras y diablitos”, todo fue una confirmación del peso de su catálogo, las multiformas de sus composiciones y el trabajo conjunto de la banda, su música y el apoyo visual y de luces.

Con Vicentico y Flavio siempre al frente del combo guerrero, interacción escasa pero precisa, volumen brutal y una capacidad instrumental e interpretativa precisa, Los Fabulosos Cadillacs se mueven en su propio territorio como animales de caza, tiburones en su mar. Su implacable cancionero es capaz de abrir fronteras y contagiar con su densidad rítmica y versos y estribillos enganchantes y ganadores. Con regalos como “Cartas, Flores y un puñal” (con la hija de Flavio, Coco Cianciarulo en voces), “Los Condenaditos”, “Padre nuestro” (alta cumbia), “Quinto centenario” y “Siguiendo la luna”, los festejos eran compartidos desde la galería más alta hasta los asientos más lujosos.

Un paréntesis
La inevitable parte subjetiva es: el local carece de mística y la distancia física y espiritual con la urbe es notoria. Los espacios huecos en las gradas y un cuarto de la cancha vacío hablaban de lo difícil de convocar a toda la claque. El piloto automático de la banda es un puñal al corazón (de alguien que no perdona la falta de pasión) y la nula mención al contexto social y político de toda la región (y de todo el continente, ¡vamos!) hacen que ese mensaje contestatario y combativo se quede en una cápsula del tiempo, en cintas de cassettes regrabados o en vhs de programas de Mtv. Es una fiesta, lo sé, y en la mesa de la casa de papá no se habla de política. Me queda claro. Hay que pensar en cómo volver a casa mientras se baila y se busca conectar con gente en sus sillas o separad@s por rejas de seguridad. No se puede bailar en tan poquito espacio. Omitir todo eso es la clave para vivir una experiencia individual en grupo, en un masivo grupo por dos horas.

Tomé una micro llena de trabajadoras y trabajadores del local. Todos de negro, camisa blanca y corbata oscura. Iban hablando de las elecciones, de lo inútil que era votar, de que da lo mismo quién gane porque hay que salir a trabajar, igual. Con las trompetas, trombones y ritmos afros en los oídos pensé “no hay nada que festejar”.
Fin del paréntesis.
La recta final del show de Los Cadillacs se mantiene intacta en los temas, su efectividad, potencia y calidad. Imposible no moverse, saltar y cantar cuando liberan el caudal de “Carnaval toda la vida”, “Mal bicho”, “El satánico Dr. Cadillac «,»Matador «,»Vasos vacíos” y el infaltable y clásico cántico de “Yo no me sentaría en tu mesa”. Un calco feliz de un concierto a manos de los dueños de la antorcha de la victoria del rock en español. Cierre impecable.
Cuarenta años no es nada. La conexión con su público chileno sigue intacta, fuerte y palpitante. El catálogo de la banda habla por sí solo. Acompañado de un coro multitudinario, es oro brillante y estridente.
Eso en lo objetivo.




















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