Por: Lucas Arayah

Si algo sabe desplegar la banda liderada por Carlos Cabezas es emoción, y eso quedó en claro desde los sonidos inicciales de Ex la humanidad mientras el telón iba desapareciendo y las sombras humanas se transforman en máquinas de rojo y negro, un fuego que comenzaba a esparcirse lentamente.


Señores pasajeros, una suerte de cumbia oscura y retorcida con olor a parafina en el piso de una micro nos rociaba de realidad palpable y existente en el movimiento de la urbe y aterrizó el viaje al mundo paralelo que está más visible que nunca. Luego, la marea densa de dolor crudo y permanente clavaba los oídos y los corazones y a medida que Maldita se expandía por la sala.

La guitarra dejó el escenario y el peso de la senda eléctrica reposó en los sonidos electrónicos y orgánicos de las teclas de Valentín Trujillo, los bajos profundos que retumbaron en las ondas del aire, elevándose entre nubes virtuales y la batería imaginativa y fundamental de Edita Rojas, sosteniendo el huracán. La voz y lírica de Cabezas parecían liderar un carnaval de fantasmas metálicos irrumpiendo en la noche en Canción azul. El viaje volátil y pesado sostenían la candencia de la ausencia de lo divino y lo humano en Detrás del alma, trayendo náuseas y mareo entre luces en blanco y negro.


La guitarra afilada emergió una vez más para dejar escapar el incendio que envuelve y abrasa en un abrazo. Es El Calor que lo derrite todo en vivo para luego invitar a “recobrar el ritual y disfrutar de otra forma”. Palabras de Cabezas.


El bolero roto y desmenuzado de Has sabido sufrir cayó de rodillas en un fondo azul, uniéndose a una celebración melancólica que celebra el peso de la suerte perdida que regresa en La Fortuna.


La soledad tibia de la ciudad nocturna se disfrazó de melodías danzantes con En tu mirar, una invitación a compartir en una nueva forma de existencia y resistencia bajo un tablero opaco y brillante de fondo. El abrazo sónico que ilumina los aplausos.


(cuatro seres caminan como maquinarias y se alejan del escenario)


El bis trajo la lava del desquicio y la muerte anunciada en la balada de violencia femicida histórica por excelencia. Yo la quería, locura electrificada bajo un manto rojo. Nudo en la garganta, la basura debajo de la alfombra nacional.


Para el final, El frío misterio derramó el sabor amargo en la juguera de la melodía análoga y sintetizada, una paleta de colores indestructibles, permanentes en la triste alegría que se viste de esperanza en el Chile que cambió, se confinó y resurgió para gritar con mascarilla: ¡Vivan los electrodomésticos!


Tal vez se caiga el cielo, pero los cables en el suelo electrifican esa eterna canción chilena que siempre parece nueva, valiente, eléctrica e indomable.


Zumbido.cl

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