Texto por: Lucas Araya

Fotografías: Claudio Escalona

El sexteto porteño desplegó toda su destreza instrumental y con alta carga emocional e interpretativa en su debut en escenarios chilenos. Una noche llena de calidad humana y musical. La propuesta de Astillero se nutre de una lectura renovada de los sonidos de la urbe decantando en un tango plagado de sonoridades que generan un puente son las generaciones doradas y, a la vez, rompen con todos los esquemas canónicos de la música bonaerense por excelencia, y eso quedó claro en la primera presentación en vivo del conjunto en nuestra capital. Quienes estuvieron presentes en el Nescafé de las Artes pudieron presenciar un espectáculo lleno de habilidad y maestría en la ejecución de cada instrumento y una certera y cálida capacidad para acercar su interpretación tanguera actualizada, interactuando y difundiendo su trabajo e historia.

El bandoneón al centro

La noche comenzó con Rodolfo Jorquera Fontanela y su bandoneón, con luces tenues y un sonido cautivador desde el primer movimiento frente a un público entusiasta y apañador tras cada pieza entregada por el músico. Fue así que clásicos de Anibal Troilo (en versión instrumental) dialogaron con material de la autoría de Jorquera de manera precisa y muy sentida para lograr una conjunción del bandoneón y la voz de Hugo Cruz para alcanzar los momentos más altos de unión entre los intérpretes sobre el escenario y quienes disfrutaban desde sus butacas. Un comienzo iluminador de una velada dedicada al tañido de Buenos Aires.

Quilombo de ruptura

Astilleros desembarcó en el escenario del teatro para mostrar un resumen de su repertorio en una suerte de “antología en vivo”, donde el tango puede convivir con sonidos ligados al folklore del norte argentino, la murga porteña y la vanguardia instrumental que aporta cada músico en su espacio dentro de la sonoridad del grupo. Desde el comienzo con «Vigilia», pasando por «Chiche», «Tugurio» o «Reflejo», la inmensidad musical e interpretativa llenó cada espacio y partícula llegando al alma de cada persona presente en el Nescafé de las Artes.

Cada cierto tiempo, Julián Peralta (piano y dirección) tomaba el micrófono para introducir las secciones del programa, contar alguna anécdota o hacer comentarios sobre la historia, discografía o periplos y experiencias en la trayectoria de Astillero. Una de esas historias de encuentros dio paso a Rocío del Pilar Acosta, violista que comparte la pasión por el tango en estas tierras, quien se unió al conjunto para complementar el sonido en una amalgama de unión trasandina del más alto nivel.

El viaje por el material de Astillero también tuvo espacio para material hecho en pandemia (“grabado para una marca de parlantes”) y nuevas piezas que han sido registradas recientemente y que, esperamos, forme parte del próximo disco de la banda (el último, según ellos mismos). Fue así que temas como «Visión» o «Trampa» se sumaron al collage sónico que este combo genial y virtuoso trajo para el deleite de cada persona en la audiencia.

Ya hacia el final, «Pompeya» cerraba un listado impresionante de canciones que fueron dibujando un paisaje vibrante, lleno de ejecuciones concisas, entrega total y sensaciones eléctricas logradas a través de instrumentos de madera noble y una humanidad inmensa replicada a través de los parlantes y las ondas sonoras coloridas que Astillero sabe regalar. El bis fue una muestra más de la capacidad que la orquesta tiene de pasar desde el detalle más profundo de la mano de un contrabajo sincero al viaje más poderoso en una combinación de talento, entendimiento y pericia sin límites. Sin duda, un primer encuentro que dejó un exquisito sabor y es una puerta que se abre para futuras visitas de este sexteto lleno de posibilidades, sonidos e imágenes. ¡Gracias Astillero por una noche mágica!


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