
Por: Lucas Araya
Fotografías por: Claudio Escalona
Andrés Calamaro se presentó en Santiago para entregar lo mejor de su amplio repertorio en una sesión de crudeza eléctrica para recorrer lo más emotivo de su impresionante cancionero imbatible con altos momentos de entrega sobre el escenario.
El Salmón salió a nadar contra la corriente a penas las luces se apagaron en una tarde de domingo melancólica y extraña. A medida que el grueso del público iba ingresando, la banda despegó tomando fuerza para acompañar la voz de El Cantante, liberando frases que atraviesan el tiempo y han marcado generaciones por más de 40 años.

“El bohemio” y “Cuando no estás” abrieron un set cargado de nostalgia desgarrante para luego desempolvar el rock and roll más añejo y vital, mezclándose con una voz tanguera, sonidos caribeños y tinte de melancolía latinoamericana. “Para no olvidar” y “Mi enfermedad” fueron una máquina del tiempo certera para elevar las gargantas en la profundidad de su entrega y así poner a todo el recinto de pie y responder a la descarga de clásicos inmortales.

El amplio y ecléctico cancionero de Calamaro en vivo se mueve entre el rock duro de guitarras afiladas, certeras baladas cortopunzantes, cumbia triste y marchas de golazos, acompañadas de imágenes en la pantalla gigante, las cuales servía de complemento perfecto para graficar una canción como “Maradona”, con el Diego en gloria y majestad, eludiendo rivales y marcando el gol más lindo de la historia, mientras los cánticos llovían desde la cancha, la platea y la galería. Estoy hablando de un concierto de rock, el que se transformó en una cancha de fútbol durante un tramo del show.

“La parte de adelante” fue la demostración más pura de la franqueza y sinceridad sin freno para expresar el deseo íntimo compartido con la gente, un flirteo elevado a otro nivel cuando “Loco” arremetió casi de sorpresa con Juanse apareciendo con una guitarra fantasmal e incisiva, trayendo punteos y solos emanados la tradición de Pappo y sus cuerdas metálicas sangrantes. EL líder de Los Ratones Paranoicos fue el gran invitado de la noche, una presencia que permitió que el rock and roll crudo, sucio y desprolijo se tomaran el escenario con “Para siempre” (con alto despliegue del guitarrista-vocalista) y hacer una dupla descomunal con “Me arde”, dos canciones que transitan las veredas de la expresividad argenta a máximo nivel.

“Sin documentos” desató la catarsis y el éxtasis que desembocaron en “El salmón”, la declaración de principios de Calamaro, en una versión extendida y así llegar al puerto de “Flaca”, dando paso a la cadencia y la latencia noventosa entre pantallas encendidas de celulares. Un rito taciturno de una masa totalmente entregada y cómplice.
“Alta suciedad” cayó con altas descargas de electricidad en cruda intensidad y crítica social que erizan lo pelos y así terminar la primera parte del set con “Paloma” en una caída al vacío compartida y cantada por todas las almas que vivieron una sesión de versos asesinos marcados en la piel. Volando a la deriva sin paracaídas entre el estruendo emocional.

El Bis trajo de nuevo a Juanse para compartir “No se puede vivir del amor” con palmas al aire y un muro de sonido descarnado, tan real que dejó la escena abierta para “Crímenes perfectos” y una complicidad extrema y brutal.
“Los chicos” y su llamado a quienes ya no están (con retratos de Federico Moura, Miguel Abuelo, Luis Alberto Spinetta, Gustavo Cerati y Maradona, entre otros) dieron el cierre perfecto al recorrido por la extensa carrera de Andrés Calamaro en sus diferentes períodos, facetas y momentos, un repaso por cuatro décadas de temas inigualables e inmortales y sus costumbres argentinas de regalarnos clásicos eternos.

Las palabras más entre canciones y los discursos sobran frente al poderío de las canciones de El Salmón, El Cantante, Calamaro querido. Palabras menos, una dosis de humanidad imperfecta, contradictoria y real. Honestidad brutal en su más pura expresión.





















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