Texto por Franco Zurita

En un rincón del underground mexicano nació un sonido que parece forjado del choque entre el desierto, la pólvora y el acero. Dos solitarios bandoleros que atraviesan las áridas pampas aztecas para abrirse al mundo a través de un arsenal de riffs afilados que sangran metal encadenado a la raíz profunda y desafiante del corrido mexicano. Su nombre es Ladrones.

Con una propuesta tan arriesgada como inevitable, Ladrones une dos tradiciones rebeldes, dos lenguajes de resistencia en un híbrido que toma lo más puro de estos universos inconexos. La crudeza del metal, con su ruido visceral y su catarsis eléctrica acoplado a la narrativa popular del corrido, contando historias de la calle, del campo y de las cicatrices que se heredan generación tras generación.

Canciones que se sienten como la arena ante el peso de las guitarras distorsionadas y que junto la esencia de Pancho Villa electrificada, Ladrones construyen un puente entre lo ancestral y lo moderno, entre la sangre y el acero, la tradición y la furia contemporánea.

Lejos de las fórmulas prefabricadas, apuestan por un sonido que incomoda, provoca y, sobre todo, conecta. Porque en el fondo, tanto el metal como el corrido nacieron para contar verdades incómodas y acompañar a quienes se mueven al margen. Y en esa frontera, donde se cruzan la historia, la identidad y el ruido, es donde Ladrones encuentran su sentido y por supuesto, su propia identidad.

Este 12 de octubre, el flow pesado llega a Chile para detonar Club Chocolate en el debut de Ladrones en nuestro país. 

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