
Nota por Lucas Araya
Fotografías: Jairo Falfan
La emblemática banda celebró 45 años de existencia en un ambiente familiar y propicio para desatar su carnaval propio a punta de himnos transgeneracionales y una comunión exquisita con el público que llegó a festejar con ellos a la Estación Mapocho en el otoño santiaguino.

Acá una crónica de una fiesta anunciada.
Cae la tarde, el tiempo avanza, la memoria renace y toma fuerza. Los vientos y bombos de Flor de Bronces traen el viento de los andes mientras Jumuy Mapu enciende el ambiente con bailes Tinku y Wiphalas flameando, una fiesta familiar.
Víctor Jara, Gladys Marín, Los Jaivas, Los Prisioneros aparecen con fuerza. Poleras y recuerdos imborrables entre la gente en la estación del tiempo justo antes de que Chimbiroca Orquesta Circo despliegue su show lúdico para seguir la celebración.

Pausa. Comienza la música histórica y las narraciones inmortales.
«Arriba en la cordillera», «Lejos del amor» y «La muralla» suenan en los parlantes y las voces comienzan a emerger. Es el pueblo que despierta y viaja desde el centro del corazón para latir entre los rayos solares y la brisa húmeda, reminiscencias de un Chile antiguo que aún existe, aunque algunos lo tapen con cartones y basura.
Se apagan las luces y una guitarra más una batería a base de kultrunes renacen entre las sombras para volver al origen de la historia de Sol y Lluvia: los hermanos Labra remando en el mar de las voces eternas con el dúo original.

En medio de las olas de acordes, saltos y estribillos, levantamos la cabeza y vemos la lucha y la resistencia hechas cuerpo y alma: Amaro, Charles y Jonny, al fin juntos, una vez más, como en los años más duros y oscuros, otra vez iluminando el camino con una fuerza revitalizada, entre amor, voces al aire y la vigilada ciudad afuera, cruzando el río.
En un jardín de generaciones abrazadas alzamos el vuelo elevándonos en crónicas hechas música y letra, un tour por la oscuridad, la esperanza, la fuerza y la lucha. Cuarenta y cinco años que no se borran, que están más presentes que nunca hoy, aquí, en la Estación Mapocho.
El cancionero de cassettes, cd’s y mp3’s desfila en un carnaval de almas al aire: «Voy a hacer el amor», «Un largo tour», «El emperador», «Para que nunca más» y «Vox populi» suenan más fuerte que nunca, donde todo pasa y nada cae. La resistencia se refugia aquí, una vez más, en un rincón en el límite de la urbe y el tiempo.

Las imágenes de Pedro Chaskel y un avión sobrevolando el gris cielo de Santiago, una herida eterna y un grito masivo para que nunca más en Chile caiga una matanza así de brutal. Es un momento especial: el pueblo está unido y se siente.
De apoco la formación de Sol y lluvia que ha permanecido por más de 20 años a pie de cañón va tomando lugar en el escenario, expandiendo el sonido, la instrumentación y actualizando las imágenes de la fe intacta.

El inicio de «Armas, vuélvanse a casa» es pura fuerza y energía, una explosión popular, una esperanza que estalla con toda la fuerza con los compases y acordes de «Adiós General», sellando una fiesta hermosa, cantada, bailada hasta la emoción y las lágrimas.
Bajo un cielo nocturno, por las calles de Santiago avanzan las masas hacia sus casas, a seguir con la memoria y la esperanzas en un cofre de luz y agüita en forma de música y lírica inmortal.
Cuarenta y cinco años, caminos que se abren, memorias que nacen, la historia que continúa…





















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