Texto por: Ricardo Arriagada Gómez

Fotografías: DG Medios

Tal como hace unos años en el mismo lugar, la pianista Diana Krall, una de las más destacadas en la escena del Vocal Jazz / Standards volvió a Teatro Caupolicán en un show que tenía una connotación especial, que por un ciertas circunstancias, hizo que existiera un vínculo con el público y transformó su presentación guiada por pedidos en el momento, para crear su propia estructura en un corto, pero elegante recital.

Si hay un punto que se puede catalogar en lo mejor de la velada, fue la presencia de María y los Templos como acto previo. Entrando de manera muy silenciosa para expresar todo a través de sus instrumentos, la banda santiaguina-valdiviana tocó parte de canciones de su disco debut «La Prenda» -lanzado en septiembre pasado-, que ocupan el ambiente del Vocal Jazz con tono de Cantautora, siendo su vocalista muy entregada a sus interpretaciones, lo que hizo que su furia interior acaparara las miradas de los asistentes. Agregando en el final, una versión de «Alfonsina y el Mar» muy sentimental, siendo un cierre sublime que ganó muy bien su puesto como teloneros.

Veinte minutos después de la hora oficial y ya con el recinto en buen número de asistencia, una voz en off nos cuenta que, por una enfermedad que afectó en conjunto a los músicos de apoyo, la artista se presentará solo en formato piano, lo cual entra a escena con la ovación que se merece, agradeciendo la paciencia, el amor y que estará sola para comunicarse frecuentemente, partiendo con una selección que vino con casos como «We Just Couldn’t Say Goodbye» de Harry M. Woods, «I’ve Got You Under My Skin» de Cole Porter y «Temptation» de Tom Waits.

Bromeando un poco que está justo en su visita por Latinoamérica con los Red Hot Chili Peppers, era un punto de partida con contar algunas historias mientras revisaba sus partituras, una de ellas es la de «The Girl in the Other Room» que fue una de las primeras canciones que escribió junto con su esposo Elvis Costello, o la vez de fue teloneó a Neil Young y encontraba extraño hacerlo siendo una artista de Jazz, pero que fue una experiencia maravillosa antes de interpretar «Mr. Soul» de Buffalo Springfield, en medio de otras canciones icónicas en sus versiones como «Let’s Fall in Love» de Harold Arlen, pero lo que formó el resto del setlist fueron los pedidos del público, un «by request» que casi formó la segunda parte del show.

Escuchando distintas voces, le dio varios regalos a los presentes con cantar «Cry me a River» de Julie London, «All or Nothing at All» de Jimmy Dorsey and His Orchestra, «The Look Of Love» de Burt Bacharach y «Fly me to the Moon» de Bart Howard. Una seguidilla de puros clásicos que formaron otra vida en las manos de la artista cada vez que pulsa las teclas, sintiendo cada acorde y notas como algo que fluía al instante y sabía resolver cada intención nueva sin dividir la postura de las originales. Toda esta selección fue pedido a la carta, muy adecuado en su promesa de que, la conexión es importante y también que se formara de manera profesional. Un detalle un poco amargo era esa incomodidad debido a que parte del público «agarró vuelo» en pedir canciones, incluso en plenas piezas que interrumpían su presentación, en momentos donde el silencio era primordial para acceder a su voz y piano.

Con un pequeño descanso, retorna dando tributo a Joni Mitchell con «Case of you», en conjunto con otras que aparecen mucho en su repertorio como son «S’ Wonderful» de George Gershwing y «Night and Day» de Cole Porter. Lo que se dejó en su final del concierto también fueron otros pedidos que escogió en esos minutos, que fueron representadas con una belleza muy respetable. A pesar de ser cerca de hora y veinte de duración del show, Diana Krall hizo un sólido diálogo con la improvisación, como si fuera todo un ritual Carpe Diem y que la magia se reflejaba en ella, para una visita que se sintió como ver una estrella fugaz.


Zumbido.cl

0 Comments

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *