
Texto por: Daniela Guzmán
Fotografías por: Hugo Hinojosa
En una noche donde la música se volvió refugio y la poesía se hizo cuerpo, Tata Barahona celebró una década de «Imágenes» (2015) en el Centro Arte Alameda, repletando la Sala Ceina de acordes, recuerdos y esa voz que parece venir de tiempos lejanos. A sala llena, el trovador chileno dio vida a cada canción de su segundo disco, un trabajo que él mismo define como más maduro, más completo, donde la guitarra solitaria de sus inicios dio paso a un ensamble más rico y profundo.
Aunque no todos los instrumentos que le dieron forma a «Imágenes» pudieron estar presentes, sí lo acompañaron el bajo, la guitarra acústica, la batería, teclado y, por supuesto, su inseparable María Alfonsina, esa guitarra de alma medieval que parece tener historias propias que sus cuerdas susurran al viento. La velada fue un recorrido nostálgico, una celebración de lo vivido y lo cantado, con cada acorde resonando en la memoria de quienes han hecho de su música un refugio.

El artista destacó la mezcla de emociones que le producía cantar algunas canciones que estaban fuera de su repertorio hace mucho tiempo, como por ejemplo «Luz de Rabia» que, como una premonición, habla sobre las huelgas o este estallido social fallido, por lo que comunica con nostalgia lo que se pudo hacer. Sin embargo, más allá de las decepciones, destacó el apoyo de las personas que disfrutan de su música y la han hecho continuar en el tiempo.
La noche avanzaba entre acordes y silencios cómplices, mientras Tata Barahona desenterraba canciones que llevaban demasiado tiempo en la penumbra. Con una mezcla de emoción y melancolía, interpretó canciones como «Te vas de mi» o «Dulcemente para ti». Cantó con nostalgia, con la certeza además de lo que pudo haber sido y no fue, con la voz de quien lleva en sus versos las huellas de una historia que aún busca su camino.

Pero más allá de la melancolía, en el escenario había convicción. “Somos apóstoles, nuestra religión es la música”, dijo, dejando claro que su oficio va más allá del arte: es una fe, una causa, una forma de habitar el mundo. Y en ese credo, la autogestión es su estandarte. Gracias a ella—y al público que hace suyas sus canciones—su música sigue viva, vibrando en cada cuerda, en cada eco de una sala que anoche se convirtió en un templo.
El cierre del concierto estuvo marcado por una profunda nostalgia. Como si cada acorde fuera un suspiro, Tata Barahona compartió una historia que, aun en su intimidad, resonó en el alma de todos. Antes de cantar, habló con calma, dejando que las palabras tejieran el relato de una espera que nunca se concretó, de un hijo que no llegó. En ese instante, la música se convirtió en un puente entre lo que fue y lo que pudo haber sido, en un eco de ausencias que siguen habitando el corazón.

La sala, hasta entonces llena de voces y acordes, quedó suspendida en un silencio denso, casi sagrado. Fue un final sincero, sin artificios, donde la emoción se hizo canción y la canción, testimonio. Porque así es Tata Barahona: un trovador que canta la vida tal como es, con sus luces y sombras, con su rabia y su ternura, con el eco de lo que se ha perdido y la certeza de que la música siempre nos encontrará.
Setlist
- Cristo en el madero
- Neltume
- Aléjate de mi
- Al cantar del gallo
- Detrás de la pared
- Dueña de casa
- Florecer sin ti
- Dulcemente para ti
- Luz de rabia
- Adicciones y resentimientos
- La tele
- Mihanguin buniá
- Terrile loco
- Los melones
- La mexicana
- No le entregues el poder
- Gira
- Maldecires
- La vara
- Donde amor
- Te vas de mi
- El reloj
- Crápulas
- Dictamen
- Nuevos campos
- Mcferri flaite
- Un fin de semana largo
- Hallándote
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