Rock bajo palio, puro y sin cortar

«Nunca se sabe qué deparará el futuro para cualquier grupo que empieza, incluso para los que están ya consolidados, pero a veces es posible encontrar magnetismos extraordinarios. Derby Motoreta’s Burrito Kachimba tienen esa clase de energía artística que arrasa a las primeras de cambio. Un carácter que se sale del molde, que les hace especiales». Así presentaba en 2019 el periodista Fernando Navarro, «con los oídos desbordados en decibelios y auxilios», a la banda andaluza del momento. No era para menos. DMBK, reconocido acrónimo 100% puro y sin cortar, lo petaba de mala manera sin importar demasiado de dónde provenían sus músicos, el porqué de sus seudónimos (Bacca, Soni, Papi, Gringo y Dandy Piranha) o hasta qué punto la etiqueta kinkidelia hacía realmente justicia a su sonido, más cercano a unos Triana en clave stoner que a la penúltima generación de estetas de lo psych, con Thee Oh Sees a la entrada y King Gizzard & The Lizard Wizard a la salida.

Súper formación nacida de los rescoldos de otros proyectos menores, los DMBK surgieron hace año y medio casi de la nada, como una reveladora reacción alérgica a la poligamia implícita en el pop-rock independiente del último lustro. Y por supuesto se encargaron de hacer todo el ruido posible a su paso. Las tenían todas consigo: exudaban técnica y chulería a espuertas e inyectaban grandes dosis de chandalismo al hard-rock canónico de toda la vida conectando el imaginario cinematográfico de Eloy de la Iglesia con el proto heavy de los primeros Led Zeppelin. El sueño húmedo de cualquier grupo de post adolescentes nucleados alrededor de una bellota de hachís, una colección de discos de Black Sabbath y puñado de litronas.

De banda telonera a nueva promesa en ciernes, los DMBK prosperaron vertiginosamente en pocos meses, fomentando una irreductible militancia entre un público cada vez más variopinto. Pero, ¿qué les hacía tan singulares como para acabar colgando el cartel de «no hay entradas» en la mayoría de sus bolos? Sus pintas de hippies delincuentes desde luego que no. Quizás tampoco fuera su música, esa musculosa propuesta sonora tan destinada en un principio a fracasar en el nuevo contexto post millennial. Si considerásemos que la industria obedece a un continuo desplazamiento de gustos, los DMBK no deberían haber entrado en el esquema compraventa del momento. Sin embargo, lo hicieron y acabaron empoderándose con un celebrado debut homónimo editado en 2019 con el sello del Primavera Sound; vibrante manual de estilo donde se cruzaban tangencialmente «Physical Graffiti» con «La esquina del viento», «Nuevo día» con «Welcome to Sky Valley» y «La leyenda del tiempo» con «Sabotage». «Si lo consiguen, si no se tuercen ni se autocomplacen, estaríamos hablando ya de la siguiente gran banda del rock español», sentenciaba Fernando Navarro en aquel artículo publicado en El País en mayo de 2019. Eso sí que era aventurar el futuro.

A aquel primer disco le siguieron sonadas colaboraciones con Rocío Márquez (inevitables sus versiones del sempiterno Camarón) o Kiko Veneno (ahí queda el single «Alas de mar», compuesto cara a cara con el de Figueras), un calendario preñadísimo de citas en vivo y la promesa en ciernes de un segundo álbum. Entonces llegó la pandemia.

Con antecedentes como los suyos, los DMBK se vieron obligados a reinventar todo un año ante la debacle socio económica. Desconectados del abandono hedonista que les habría provocado la vida en carretera, Dandy Piranha y sus cuatro compañeros de correrías pudieron dedicar más tiempo del que nunca imaginaron a pespuntar aquellas nuevas canciones sobre escampaos, ojos gitanos y estados alterados de conciencia. Confinados y constantes, terminaron construyendo su tremebunda nueva obra.


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