Por: Adolfo Serey

Fotografías: Francisco Aguilar

Caminando por la calle San Diego, ya se logra ver la tradicional imagen «personas vestidas de negro» a las afueras del icónico centro convergencia del metal, el Teatro Caupolicán. Inmediatamente al ingresar, podemos darnos cuenta que nuestros conciertos debieron adaptarse a esta nueva realidad, no hay un espacio único y de libre movilidad en el interior del reciento sino que sitios delimitados en «butacas». Eso no detuvo a la audiencia, y contrario a lo habitual, la banda Éntomos aperturó el espectáculo, casi la totalidad de los asistentes, con su concepto geométrico y insectual. 

Éntomos rompe con el silencio bajo una despampanante puesta en escena, el público los aclama desde el primer segundo, emergiendo desde el negro y rojo haz. El espacio se replegó de violenta sinfonía progresiva, como si se tratara de una colosal figura que camina con estruendoso paso, apartando a todos los espectadores unos instante de la dura y en retirada realidad que hay fuera de los aceros del Caupolicán. La banda desató la furia reprimida durante 2 años de claustro, volcándose como un vozarrón de un monstruoso animal a través de esa potente y grotesca voz que retrata el decadente escenario actual que hemos creado nosotros mismos mediante atmósferas construidas a partir de lo progresivo, grave y distorsionado. 

Transformar la música a través del sonido es un inicio, pero transformarla por medio de un discurso total e íntegro, como cantar en mapuzungún no es un elemento menor o trivial, puesto que cada eslabón sonoro se abraza tan honesto y profundo que se trasforma en una creación genuina y tributaria de lo que no queremos perder, nuestro origen como seres.

La interrupción del oscurecimiento del escenario fue tan breve como un parpadeo del leviatán cuando intempestivamente vienen «corriendo» los integrantes de la banda Nunca Seremos Dichosos, plasmando su discurso musical y político desde la primera fracción de sonido. Curioso sonido que doblega la conceptualización típica del metal: «cruda musical como el Death, violento en en discurso y técnica en la instrumentación como lo es el Punk y convergente en los curiosos arreglos que rescatan lo más negro y profundo de nuestras raíces culturales musicales», las que se expresan mucho más lejos del retrograda concepto «folk», transformando lo foráneo (metal) en algo totalmente nuestro (la composición musical de NSD).

Transformar la música a través del sonido es un inicio, pero transformarla en por medio de un discurso total e íntegro, como cantar en mapuzungún no es un elemento menor o trivial, puesto que cada eslabón sonoro se abraza tan honesto y profundo que se trasforma en una creación genuina y tributaria de lo que no queremos perder, nuestro origen como seres.

Gritos desesperados migran entre las voces limpias, los guturales y las vociferaciones plasmadas a través de sus líricas soportadas en su kemukemu sonoro de potente y disruptiva rítmica.

Tribulaciones musicales hicieron estallar a todos los asistentes a la nocturna jornada, las sitiales se corrieron para dar paso a un innegable e inevitable Mosh Pit, prometido hace 2 años atrás (opacado previamente por la pandemia). Ante toda esta expresión de liberación se escribe nuestra cultura mapuche enmarcada en un lienzo del más nutrido metal extremo.

Bajo el alero de lo que es más que un concepto, la banda se conceptualiza así misma como un ícono de lo propio y  lo que no debe ser perdido, nuestra cultura, en un intercambio de musical entre lo europeo y de lo más íntimo de nuestros pueblos, nuestros Mü tre mü tren(antepasados) y Mushántufe (legado musical) ,constituyendo un puente cultural interminable.

Relativo a la mitad del espectáculo se interrumpe el sonido, se pagan las luces, y emergen dos figuras femeninas de entre las sombras, no eran los músicos, sino dos protagonistas mapuches que plantearon las aflicciones, demandas y desmedro que sistemáticamente han recibido, como pueblo, de parte del gobierno y el sistema imperante.

Entre percusiones  el bajo, wow, esta acción y todo el concierto es un espectáculo osado, muy motivado por el flujo de lo expresivo y el sonido pesado. Antes de tocar la última canción, con tristeza se dirige Zigurat, su bajista.
«Hay que despedirse de esta nombre, así (que) está canción representa la despedida de nuestra banda, porque tenerlos a ustedes, aquí, nos hace darnos cuenta que este nombre ya no nos representa».

Tres este discurso todos los asistentes quedamos atónitos, perplejos tras estas palabras que orientaban a pensar el término de la banda. Antes de finalizar el show, su vocalista, Awka, se despide: «esta es la última vez de «nunca seremos dichosos» y se van.

Todos los asistentes se miraban entre sí, preguntándose ¿qué pasará ahora? ¿Ya nunca más seguirán? Y entre la muchedumbre vuelven, vestidos con elementos identitarios de la cultura mapuche diciendo: 
DESDE HOY NOS LLAMAREMOS «MAWIZA», cerrando un espectacular concierto con la canción Mawiza Ñi Piwke.

Gracias por superar lo virtual y trascender juntos a lo físico, nuestras emociones al unísono , pronto estaremos juntos en otro concierto, Zumbido.cl


Zumbido.cl

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